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jueves, 30 de agosto de 2007

Vivir más rápido o vivir más

La carretera se ha convertido en los últimos tiempos en una de las causas de muerte o incapacitación grabe. A pesar de las mejoras técnicas en los automóviles, las vías de tránsito y el endurecimiento de las sanciones de tráfico, no se ha podido evitar que la cifra de muertos no deje de crecer.

Si tenemos en cuenta que, tan solo en Europa hay 450 millones de vehículos circulando por los más de 4700000 kilómetros de carreteras, no es de extrañar que esta cifra de muertos no descienda, más bien parece un milagro que no haya más muertos.

Desde la aparición del automóvil, allá por el año 1933, este artefacto se ha convertido parte inseparable de nuestro modo de vida. Su aparición y su posterior fabricación en serie dio a algunos un nuevo significado a la palabra libertad. Muchos jóvenes lo utilizaron como su primer nido de amor y otros como símbolo de ostentación. Pero sobre todo, el automóvil marcó la línea que separaba el antes y un después en los desplazamientos de los seres humanos; algo que ya había ocurrió anteriormente con el ferrocarril. La gran diferencia frente a éste, es que el automóvil no necesita de un maquinista experto para ser conducido, sino que es su propietario quien lo conduce, sea un experto o no.

El ego del ser humano, como siempre, puede equivocar la visión de lo que es necesario y útil o un estúpido gasto innecesario y caro. Esto ha hecho que el automóvil se haya convertido, en muchos casos, parte de la indumentaria del poseedor del mismo; algo que la industria del automóvil ha explotado sin ningún reparo. Deportivos, lujosos, todo terreno, de diferentes colores y tamaños, hay uno para cada preferencia, para cada necesidad de ensalzamiento del ego personal de cada uno. No importa que un hummer consuma 18,4litros a los 100, aquel que lo lleva piensa que es rentable, porque todo el mundo se lo queda mirando a su paso.

Pero la verdad es que el automóvil no es más que una máquina. Una máquina que contamina, ya no solo por que consume combustibles que envenenan el aire que respiramos, sino para que circulen se deben construir infraestructuras que se abren camino a través de nuestros bosques, nuestras montañas y todo aquello que se cruce en su camino.

La sociedad de consumo y el consumismo ha hecho del automóvil algo más que una máquina que nos permite desplazarnos al lugar de trabajo o a realizar la compra, ha convertido esta máquina es un símbolo de ostentación y poder. Buena prueba de ello es lo que sucede a muchos de nosotros, sobre todo a los hombres, cuando nos ponemos a los mandos de nuestro vehículo. Nos volvemos agresivos, intolerantes y pensamos que somos los mejores conductores del mundo; por ello nos vemos con capacidad de criticar cualquier fallo, por mínimo que sea, de los demás conductores; que dejan entonces de ser personas para convertirse en conductores de otros vehículos, rivales en potencia.

¿Que extraña magia tiene este artefacto que nos cambia tanto cuando ponemos las manos en el volante?

¿Cómo es posible que alguien, normalmente tímido, ponga su equipo de música a todo volumen y se pasee con su vehículo con las ventanillas abiertas por las calles de su pueblo o su ciudad para llamar la atención?

Las respuestas a estas preguntas y a otras relacionadas con las actitudes irracionales que tomamos frente al volante, son muy difíciles de contestar. Seguramente haría falta todo un tratado de psicología para comprender porque se producen estas reacciones. Quizás la publicidad, utilizada durante mucho tiempo para vender coches, tenga la respuesta. Pero es posible también que esta publicidad solo haya explotado las debilidades que ya existían en los compradores de vehículos; así que la cosa no está nada clara.

Otro ejemplo de actitudes irracionales a la hora de usar del vehículo privado, es el uso que hacemos de él, muchas veces innecesario. Tan solo un ejemplo: Cinco kilómetros de distancia pueden ser cubiertos en poco menos de veinte minutos a pie o diez en bicicleta si se va dando un paseo; pero seguramente, para cubrir esta distancia, bien sea por comodidad, o por que hemos comprado el coche para algo, hacemos uso de él. Dependiendo de la zona y las circunstancias del tráfico, es muy posible que nos encontremos con un atasco, o que al llegar a nuestro destino no encontremos un sitio para aparcar, con lo que podríamos tardar más tiempo en realizar este trayecto en coche que andando, y todo ello contaminando y gastando un dinero que bien nos podría haber servido para tomarnos una cerveza bien fría después del paseito. Seguramente serán muchas otras las ocasiones en que podremos andar o elegir otro medio de transporte y optamos por el vehiculo privado. Pero toda la culpa de que obremos así no es enteramente nuestra.

A parte de las campañas de publicidad, nuestro ego y poca racionalidad en el uso del coche, una buena parte del uso indiscriminado del vehiculo privado en nuestra sociedad actual la tiene los estados. Es evidente que si se promoviera un transporte público de calidad y barato, muchos dejaríamos el coche en el garaje. También son responsables de este uso muchas empresas y sus políticas de personal, completamente insensibles a la conciliación de la vida laboral con la familiar. Muchos de los trabajos que realizamos hoy en día, gracias a los avances en la informática y las comunicaciones, podría efectuarse desde casa, sin necesidad de desplazarse a las oficinas más que en contadas ocasiones. Por suerte, este tipo de trabajos empieza a proliferar, ya que resulta rentable, tanto para el trabajador, como para la empresa.

La muerte o una grabe incapacitación física, pueden ser la consecuencia de nuestro empecinamiento en el uso intensivo del coche y una utilización inconsciente del mismo. Pero aunque seamos buenos conductores, prudentes en la carretera, y utilicemos el coche lo mínimo necesario siempre nos podremos encontrar con una señalización deficiente, un reventón o un conductor que no es como nosotros. Nos podemos encontrar en la carretera, por ejemplo, con vehículos conducidos por personas que no han tenido que pasar un examen de capacitación; como son los conductores que conducen microcoches, estos no necesitan carné de conducir para ser conducidos, sin embargo, ocupan prácticamente el mismo espacio que un coche normal, y pueden circular por vías donde se va a más de noventa kilómetros por hora. Sin duda un ejemplo más de una política irracional a la hora de legislar sobre el tráfico. También podemos ver como en muchas ocasiones, las leyes que sancionan y reprimen a los malos conductores, se quedan en nada por falta de medios. Mientras por otro lado somos multados por rebasar en diez kilómetros por hora la velocidad máxima permitida en una autovía donde había un radar colocado en una enorme recta de tres carriles. Quizás esto, como conductor, haga que nos planteemos que intereses se persiguen a la hora de disponer estos dispositivos en la carretera, si se ponen para ser recaudadores del estado o para evitar accidentes.

Con todo lo dicho, espero haber removido la conciencia de los conductores para que piensen dos veces si en algunas ocasiones merece la pena coger el coche o dar un pequeño pase. Hay que plantearse si merece la pena vivir más rápido o vivir más tiempo.

miércoles, 22 de agosto de 2007

¿Así de sencillo?


Así parecería creerlo Hugo Chávez. ¿O fue más bien un deseo, proferido en tono de murmullo, esa expresión que concluyó con el artículo que, a hurtadillas, propone la elección interminable, que no indefinida, para el cargo de Presidente de la República? Hugo Chávez, con esa forma casi tímida de plantearlo, nos está pidiendo que no nos detengamos en esto, que, al fin y al cabo, es una minucia cuando la vemos a la luz de ese país glorioso e increíble que él tiene en su alocada fantasía.

Pero, realmente, ¿es tan así de sencillo? ¿Es que habla en serio? ¿Es que cree que la vida -y la historia que se despliega con los días- de un país es cuestión de unos cuantos artículos de una Constitución de la que, después de todo, él ha sido su mayor violador, su gran depredador? ¿Lo cree de verdad? Más aún, ¿cree que él es el hombre para semejante tarea, para obra tan ciclópea?

¿Se siente Hugo Chávez un Mahoma, un Genghis Khan, un Pedro el Grande? Ellos figuran en el escogido club de los hombres que realmente tuvieron tal incidencia en sus pueblos que, a partir de ellos, y desde ellos, esas sociedades presentaron unos rasgos que desconocían hasta la aparición en escena de su eficaz liderazgo.

Ojo, que cuando digo unos rasgos, me quedo allí y no voy más allá, ni prodigo ditirambo alguno. En efecto, la distancia entre lo que estos hombres pretendieron y lo que permaneció luego de su desaparición, es grande. En algunos casos, ¡bien grande! Para quien lo dude, que vea hoy qué son los pueblos mongoles y con calma contemple la Rusia actual. A lo mejor y fue sólo San Petersburgo la obra duradera del zar Pedro. Vaya usted a saber.

Aquellos hombres tuvieron mucho, pero mucho más poder que el que Hugo Chávez podría tener nunca y aún así hubieron de desplegar todo tipo de habilidades políticas para labrar los consensos y coaliciones que les garantizarían ese poder y algunas de las reformas que pretendían lograr.

Nunca dependieron de un recurso natural cuya fortaleza colgara del favor de sus enemigos y jamás fueron dispendiosos con lo que tenían a mano. Sabían que no hay lealtad ni alianza más frágil que la que se compra. Más aún, sospechaban que es como el chantaje, que con el éxito se torna voraz. Si no, observen a los recipiendarios de adentro y de afuera: ¡insaciables e ingratos!

Cambiarle a los venezolanos su idea sobre la propiedad. O peor, ponerla en manos de gente del Gobierno, porque eso es lo que, en definitiva terminará siendo; cambiarles su geografía político-administrativa; inventarles unas fulanas ciudades socialistas en las que se les confinaría; montarles un papá-Estado que los vigile día y noche y encima, como gran regalo para todos: ¡un Presidente eterno! Bien difícil. Y bien alejado de lo que este país ha sido siempre. Por fortuna.

En esa obra magna, ésa que lo hace imaginarse a sí mismo como un titán de la historia, Hugo Chávez tiene que despreciar -y dejar de lado- lo único que los venezolanos quieren en este momento: no ser asesinados cualquier tarde en cualquier vereda y el ahorrarse ver cómo, en sus mismas narices, unas minorías de bandidos se pavonean con sus petrodólares por cualquier aeropuerto extrañamente descuidado.

¿Y el Presidente? Bien, gracias. Viendo pa'otro lado. Para su lado, que es el único que le importa.

No hay, ni ha habido, ni habrá hombre -o mujer- de Estado que pueda sostenerse en el poder, en el real, el efectivo, desoyendo los continuos pedidos de la población. Estar de espaldas a lo que la gente realmente quiere y pide es una receta para el desastre. Aunque para llegar al suyo ese hombre de Estado lleve a su nación al mayor desastre, como el bandido de Robert Mugabe en Zimbabwe. Dentro de poco, lo que él generó se lo llevará por los cachos.

Al mismo tiempo, no hay hombre o mujer sobre cualquier tierra que esté dispuesto a ser llevado y traído de aquí para allá, a ser expoliado por una pandilla de malvivientes, a ser objeto de mofa cínica por un gobierno burlón, a cambio de nada. Más temprano que tarde dirá, ¡hasta aquí y hasta hoy! Ta'bueno ya.

El tiempo corre para este "fundador de pueblos" y la paciencia de la gente se agota। No habrá promesa absurda para un mañana imaginario que la pare, ni Proyecto fantasioso que posponga su ira. Cuando llegue el día de las facturas ni lo abrumado que su cuantía y magnitud les pongan detendrá su cobro. En el entretanto, es hora de responder y a todos nos toca burlar esta trampa de las oferticas y apuntar a lo esencial. Y lo esencial es: ¡No a la reforma!

Antonio Cova Maduro