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martes, 23 de noviembre de 2010

Lo que tú no sabes de una discoteca

Son las tres de la madrugada y hace ya algunas horas que esperamos este momento, el momento en que la gente acude, una noche más, en tropel a bailar la música que ponemos. Llegan puntualmente cuando cierran los garitos de alrededor, ya cargados de alcohol, con ganas de divertirse y, si hay suerte, de encontrar pareja. Hasta ahora hemos intentado que los más madrugadores se sintiesen a gusto, poniendo temas clásicos, ya viejos. A veces, temas disco de los ochenta, otras fanky, que más da si no les gusta, es lo que mandan poner.

Últimamente las cosas no han ido demasiado bien y se nos acusa de que la gente ya no está tan animada como antes ni acudan tantos al local. Nos dicen que hemos entrado en una rutina en la que siempre ponemos la misma música, pero es algo que sabemos que no es cierto. Cunado analizamos esto, nos damos cuenta que es una injusticia acusarnos de causar la perdida de clientela. Primero porque no salen veinte temas nuevos cada semana, y de los que salen, solo algunos los podemos poner. Luego están las restricciones, porque no todo lo que tenemos se puede poner, ellos deciden que se puede y que no. Ellos, que no tienen ni puñetera idea de música, deciden que es house, que es dance o que es demasiado reggeeton... Si se preocuparan de verdad de la música, se darían cuenta que los temas que estamos poniendo ahora no son los mismos que hace seis meses, pero si se dan cuenta parece que les da igual, a alguien le tienen que echar los perros. Las injustas broncas afectan nuestro estado de ánimo. Nos prohíben poner algunas canciones que sabemos que funciona, nos dicen que no debemos atender las peticiones de la gente; y todo ello nos desorienta, ya no sabemos que hacer, y eso se nota en la pista. Parece como si todo el mundo ahora supiese hacer nuestro trabajo.
Respecto a la música no comprenden que todo tiene su tiempo de cambio, que la música también. Pero están nerviosos y buscan en nosotros la raíz de todos sus males; como si la promoción de la discoteca no hubiese desaparecido, como si cada día se hicieran muchas fiestas, como si a la gente no le afectase la crisis económica, como si el local se hubiese renovado alguna vez, como si se hubiesen gastado algo en renovar la iluminación, que se cae a pedazos o como si fuese gratis venir al local. Ser conscientes que no tenemos la culpa nos quita la poca ilusión que nos queda. Además,
hacía tiempo que sabíamos que en otras discotecas pagan mucho mejor. Antes no nos importaba, porque nos divertíamos trabajando, pero ahora las cosas están cambiado. Al perder la motivación nos damos cuenta, que quizás no merezca la pena sacrificar nuestro sueño y nuestra salud por tan poco, y sobre todo por tan ingratos personajes, que viven a nuestra costa.

Han sido tres noches seguidas de mal rollo y el cansancio se hace notar, pero tenemos que ponernos en marcha, el espectáculo debe continuar.

Algunas canciones de moda despiertan la pista, las luces se mueven y comienza la fiesta. Ponemos una canción y no funciona muy bien, un fallo que para el jefe se convierte en una tragedia griega. Aunque a una parte de la gente le gusta, a él no. Uno de nosotros es increpado por ello y llega al límite, ya no puede más. Su cara refleja el dolor de su orgullo profesional herido. El mejor de los tres, el que más experiencia y saber hacer tiene, decide que ya no puede seguir soportando tanta incomprensión, quizás se vaya, la noche acaba y nos vamos.

Entre semana se intercambian mensajes, algunos de preocupación y disgusto, mientras otros preparan su trampa con cautela. A la semana siguiente, mis dos compañeros y amigos llegan a la hora de costumbre, y se encuentran con alguien que va a ocupar su puesto durante cuatro horas, todo ello sin previo aviso. Algo que, si no fuese tan ingenuo, podría pensar que estaba planificado para causar que los dos se enfadasen y se marchasen. Otros lo hubiesen hecho, pero ya hace mucho tiempo que están minando su amor propio.
Durante cuatro horas el sustituto puso house, todo aquel que a ellos no le dejaban poner, lo puso seguido, una canción detrás de otra; éxito tras éxito convertido una monotonía de bombo y de mezclas sin alma que hacían que la noche comenzase a aburrirme. Al igual que las mezclas, las

luces también perdieron el alma. Mientras estaba allí, cumpliendo con la labor para la que se me pagaba, me llegaron noticias que me hicieron presagiar que ya no volvería a poner luces con mis amigos en aquel lugar. Entendí la trama que se había gestado durante la semana.

Atrás quedaron cientos de noches de diversión y fiesta , noches en las que los tres tuvimos la sensación de haber hecho que la gente olvidase por unos momentos sus problemas. Esta fue nuestra única recompensa, pues en todas esas noches una sola palabra de agradecimiento, una recompensa a nuestro mérito salio de los que mandan. Si, quizás una palmadita en la espalda, para a la semana siguiente, olvidarse de lo que bien que lo habíamos hecho y clavárnosla hasta los hígados. Olvidando nuestro sacrificio, que dejamos noches de nuestra vida allí, nuestras familias o amigos en casi, sin salir los fines de semana, todo por un sobre marrón.

El dinero ciega a las personas, les hace cometer actos indignos, a no tener ni un ápice de compasión por los demás, aunque los demás sirvan para sus fines. Es cierto, así actúa el dinero, o mejor dicho la avaricia del hombre, también en los dueños de las discotecas.

Pero continuamos, la noche sigue adelante y la música sigue sonando. Algunos acabaran ebrios esta noche, otro con pareja, y otros simplemente se habrán divertido, para ya nunca será igual, se que para mis dos amigos esta será la última noche.

Tan y como estaba previsto uno de mis amigos cayó en la trampa, que no era más que una provocación de su ira, al otro, más sereno, solo se le dijo, días después, que se tomara unas vacaciones, un eufemismo muy utilizado por aquellos cobardes que no les gusta ir de frente.

Yo me quedé, y me quede por el vil metal, sabiendo que ya nada sería igual, aunque sé que no será por mucho tiempo.

La siguiente semana llegaron los nuevos, el que usurpó el puesto durante cuatro horas y un viejo conocido. Viendo mi entusiasmo por el evento, comprendió uno de los jefecillos que mi ánimo estaba por los suelos, que yo no aguantaría mucho más. El sabía bien que todos somos imprescindibles, pero también que algunos más que otros. No tardó en pasarme la mano por el lomo, mientras me engatusaba, o al menos eso creía, con ridículas alabanzas, recursos de cobardes, pensaba yo mientras soltaba su verborrea. Yo jefe de la la cabina, instructor de deejays, ja ja ja, que risa me daba. Cobrando menos que ellos, y yo era el profesional, el maestro que tenía que enseñarles, un vulgar manejador de luces que ascendió de pronto a la categoría máxima por el puro interés. Aunque mi cariño por esta persona, se antepuso a mis ganas de reírme de su simpleza, no pude evitar alguna que otra mueca burlona mientras me soltaba su rollo y me pasaba el brazo por el hombro.

Pero bueno, allí estaba yo, haciendo lo que no tenía que hacer, que era evitar que todo fuese mal. Aunque podía haber hecho lo contrario, dejarlos a su suerte, les ayudé, todavía me quedan principios y no puedo seguir los malos ejemplos que encuentro a mi alrededor, por cierto muchos y tan perversos que hacen que me sienta muchas veces, avergonzado de haber nacido ser humano.

Comenzó la noche, y tal y como esperaba, empezaron a sonar las mismas canciones que sonaron la semana anterior, la misma sesión sin alma y monótona. Solo pude pensar en una palabra, aburrimiento. Dejaremos que que aprendan, quizás sean buenos algún día, y quizás lleguen a alcanzar nuestra motivación, ojalá sea así.



Nosotros tres, amigos y compañeros en la noche, sabemos que vosotros, los que bailáis, todo esto os la repampinfla. Llegáis y buscáis pareja, diversión, alcohol y música, lo demás, os da igual; sin embargo, alguno de vosotros recordaréis una noche especial, una de aquellas noches en que os lo pasteleasteis tan bien que hubieseis querido repetir mil veces. Se estableció el vínculo casi mágico, entre nosotros y vosotros. Conseguimos conectar con vosotros a través de la música. Fue un momento en que la cabina se convirtió en una emisora de diversión y bienestar, donde la música fue el medio, y las luces el catalizador que estableció el vínculo. De corazón a corazón, cada latido era un bombo de house, una base de reeggeton o un temazo de los cuarenta. 

viernes, 19 de noviembre de 2010

El mayor recorte social.

Si hay algo que caracteriza a esta clase política que nos ha tocado soportar en España, es su capacidad de prostituir ideales y valores por un único fin; la permanencia en el poder.

A cualquiera, mínimamente interesado por la política, le debería sorprender ver como un socialista de pro, de los de puño en alto y pañuelo rojo, dona una ingente cantidad de dinero a los bancos, y tiempo después, promulgara el mayor recorte social de toda la historia, faltando a sus principios y su palabra. Un recorte que está afectando a las clases más desfavorecidas de la sociedad, precisamente a aquellas que prometió defender. Posiblemente pensará que estaba equivocado respecto a lo que significaba el socialismo, y que ahora ,ayudar al sistema capitalista e ir contra de la clase obrera, es socialismo.
Si esta persona, interesada en la política, fuese un ingenuo o quisiera ser benevolente, podría pensar que este cambio ha sido forzado por la presión internacional, pero si estuviese bien informada, sabría que nadie le dijo a este presidente socialista, poco obrero y menos español, como tenía que recortar, que esto fue una decisión enteramente suya.
Los que manejan los dineros en Europa, temerosos de la desestabilización de la moneda europea y de que los bancos españoles no pudieran hacer frente a las deudas contraídas, apelaron al presidente de la nación, directamente responsable de este desastre, para que redujera el creciente déficit. No le dijeron como tenía que hacerlo. Contrariamente a los que se esperaba de un socialista, tomo las medidas más sencillas para solucionar el problema y convencer a los de la pasta. Esta solución no fue otra cosa que quitárnoslo a todos, robárnoslo de la misma manera un Señor feudal en el medievo. Puede que me esté engañando, y de eso se trata el socialismo, de socializar las deudas entre todos, sobre todo los más desfavorecidos por la sociedad capitalista.
En unos pocos meses, todas las ayudas sociales, que fueron concebidas, fundamentalmente, para comprar votos, se han desvanecido. Los famosos cuatrocientos euros, el cheque bebe, plan prever, han desaparecido. Recortes de sueldo a los funcionarios, congelación de pensiones, subidas de impuestos y otras lindezas de similar calado, han sido impuestas a base de decretos, en vano intento de paliar un déficit provocado por el mismo gestor que ahora se lamenta falsamente de haber tomado decisiones difíciles, seguro que con su sueldo está muy afligido por jodernos a todos, póbrecito...
Por si eso no bastase para derribar nuestro poco ánimo y esperanza, los ayuntamientos, nidos de despilfarradores y apotronados, con su presupuesto menguado por la crisis de la construcción, se suman al desvalijamiento con la siembra de radares y parquímetros . Convierten a la policía municipal en un cuerpo de recaudadores que se dedica la mayor parte de su tiempo a poner multas, que ahora, gracias a las nuevas leyes, no podemos eludir pagar. Para que las medidas sean más efectivas, llenan de zonas de diversos colores las ciudades y contratan sicarios del lápiz para pillar a incautos que no pasaron por caja. Y pobre de aquél que no pague, porque el recargo suele ser mayor que la multa. 
Es muy probable que la aplicación ahora de todas estas medidas recaudatorias sea tan inútil como los que las diseñaron. Solo contribuirán, como lo están haciendo ya, a horadar más en el ánimo de las gentes, además de crear un clima donde las personas que tienen la capacidad de general empleo sientan desconfianza y prefieran llevarse el dinero a otro lugar. Si al menos, las medidas tomas, hubiesen sido acompañadas de otras que fomenten el empleo y la iniciativa de la sociedad, que ayudasen a crear empleo y ahorrar gastos inútiles, quizás hubiesen servido de algo; pero todas las decisiones que se han tomado han sido a la desesperada, sin un mínimo de sentido común. La precipitación y la falta de planificación es más que evidente, cuando vemos la cantidad de propuestas que aparecen y desaparecen en función de los titulares de prensa, encuestas, o lo que digan los todo poderosos sindicatos subvencionados.
Es seguro que si se hubiese actuado cuando se debía, sobre todo en los gastos corrientes del estado, muy probablemente no hubiese sido necesario castigar a la sociedad de la manera que se está haciendo. Pero ahora, mientras vemos mermar nuestros ingresos, o acabamos en el paro y arruinados, sigue la sangría de dinero, vía Boletín Oficial del Estado. Esas “Subvenciones” no van precisamente a quien puede proporcionar empleo, sino a instituciones relacionadas con la memoria histórica, organizaciones feministas radicales, sindicatos o organizaciones vinculadas a los partidos políticos. Es decir, a comprar el voto más radical para que este inútil integral se perpetúe en el poder.
Zapatero es como un cáncer metastásico para este país. Este hombre, que no reconoció la crisis cuando todo el mundo la veía venir, que luego nos ha dicho tantas veces que todo se iba a arreglar, ahora se pone grandilocuente para decirnos que no se siente cómodo con el desastre que ha creado. Cuanto cinismo y cuanta cara dura se necesita para que la gente, que tan mal representa este presidente, se levante y diga ¡basta ya!
Cientos de asesores viven de la sopa boba, las subvenciones a los medios de comunicación afines, la propaganda institucional, el despilfarro de las autonomías, la duplicación de instituciones públicas y la burocracia que limita la capacidad de crear empresas y empleo, la sanidad gratuita para los no residentes, y un largo etcétera, es lo que algunos llaman el chocolate del loro. Bien lo quisieran los millones de parados que se están quedando sin ningún tipo de ayuda o los pensionistas a los que se le ha cercenado su poder adquisitivo, ya bastante maltrecho.
Me gustaría decir que veo luz al final del túnel, que hay esperanza, pero contemplando el resto de la clase política y las actitudes de estos, mi esperanza se desvanece en oscuro pozo. Ya no tan solo por saber el bajo nivel intelectual y la bajeza moral de la que hacen gala la mayoría de ellos, sino por su acciones, declaraciones y la demagogia empleada en sus discursos. Pero de todo ello, lo que más me preocupa, y donde ya pierdo toda esperanza, es cuando veo con que afán dedican sus esfuerzos a enfrentar a la gente, a buscar problemas donde no los hay, a inventarse conflictos; al fin y al cabo a buscan el poder a costa de lo que sea, sin reparar en las consecuencias de sus actos o el desastre que puedan provocar.
Dan ganas de bajarse de este tren, de no pagar la hipoteca, las multas, los impuestos. Dan ganas de coger lo que por derecho pertenece a todo hombre nacido: un lugar para vivir, agua, comida y la energía que necesite, que al fin y al cabo viene del Sol y pertenece a todos, y pasar de las instituciones y los gobiernos. Si necesito algo más, conocimientos, herramientas, transporte o medicinas lo conseguiría proporcionando algo a cambio a otras personas. Así ya no necesitaría dinero, ni bancos, ni ventajas fiscales, ni publicidad, ni seguros. Pero no, no puedo, es imposible, sé que si lo hiciera las consecuencias para los míos serían desastrosas, arruinarían a mis padres, abaladores de mi hipoteca, iría a la cárcel, dejando desamparados a los míos. Me apartarían como una máquina defectuosa que ya no quiere contribuir a un sistema esclavista y opresor.
¿Pero que ocurriría si lo hiciésemos muchos?
¿Quien tendría el problema entonces?
¿Que sería de ellos sin nosotros y que sería de su poder y su dinero?
¿Nos meterían a todos en la cárcel?