El sol y el viento
acaban con las banderas. Primero las destiñen y las vuelven pálidas,
es la palidez de la mentira con las que se confeccionaron, la
palidez de la división. Con el color se pierden también las
esperanzas e ilusiones de las gentes que las exhibieron como parte de
un sueño baldío. Al final, el viento las hace jirones y solo queda
el mástil que la corrosión hará caer en el olvido. Son solo
trapos al viento, colgajos en los balcones de las viviendas pagadas
con deuda usurera, cuyos dueños pensaron que iban a borrar sus
problemas cuando las colocaron allí. Una moda pasajera que pasará
y de la que los hombres del futuro estudiarán en libros que hacen
referencia a costumbres y pensamientos arcaicos, cuando algunos
pensaban que un poder superior les ayudaría a ser libres sacando sus
estandartes a la calle. Seguramente los del futuro se reirán a
carcajadas, porque ellos hará mucho tiempo que olvidaron pedir
permiso a nadie para ser libres y decidir sobre su futuro. Ellos
sabrán que ser libre es mucho más que colgar trapos pintados en las
ventanas o votar. Ser libre es ejercer el derecho de la libertad sin
obedecer o dejarse engatusar por políticos mentirosos que buscan
solo su beneficio propio. Políticos creadores de división y odio
entre las gentes de bien para controlarlos a su santo antojo. Los que
ponen banderas en realidad no pretendían ser libres, sino esclavos
de otros amos; quizás más tiranos que los primeros.
Hay muchas banderas,
están aquellas que los budistas dejan deshacerse al viento, llenas
de oraciones auspiciosas. Las colocan en páramos y en otros lugares
y dejan que el tiempo las consuma, siendo conscientes de su
temporalidad e impermanencia. Otras, representan ideas que imponen
obligaciones a terceros, los someten a las leyes, pero tanto unas
como otras, se las lleva el viento. La diferencia es que los primeros
saben bien que desaparecerán, los otros creen que serán eternas,
como las ideas que representan estas banderas. Tan volubles son sus
banderas como sus ideas. Nada permanece y otros vendrán para poner
las suyas. La cuestión es que mientras haya personas que crean en
ellas y en su poder, habrá esclavos.
Las banderas separan
a los hombres igual que quienes las enarbolan. Son personas que se
creen en posesión de la vedad, pero es la verdad de la colectividad,
de la colmena y les apartan de la libertad. Son distracciones que nos
apartan del verdadero objetivo del ser humano, que es alcanzar la
felicidad. Distracciones para que no veamos que el problema no reside
en la identidad y otras memeces, sino del sistema. No hace falta
enarbolar una bandera para decidir quien eres y como eres,
sencillamente eso ya lo tienes decidido, si lo haces es porque eres
un exhibicionista y un borrego que sigue a su pastor. Tu no
necesitas pastores ni nadie que te imponga normas ¿O acaso no eres
un ser humano consciente que sabe lo que está bien y lo que está
mal?
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