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viernes, 9 de diciembre de 2016

A otras cosas


Ha pasado mucho tiempo desde que escribí mis últimas líneas en este blog, tiempo que he utilizado para otras cosas que nada tienen que ver con la política u otras de las que solía escribir. Han sido Asuntos más importantes y que me han proporcionado muchas más satisfacciones que escribir de cosas sobre las que no puedo hacer nada. No obstante, esta nueva dedicación también ha sido inspiradora, y por ello quiero intentar transmitir aquí parte de experiencias.

Nunca fui hombre de pasiones desmedidas y mucho menos amante del deporte, pero siempre hubo algo que me atrajo y a lo que nunca renuncié; volar. Hace dos años; dejó de ser un sueño para convertirse en una realidad. Arrepentido estoy de no haber topado antes con la oportunidad y lanzarme yo solo a las nubes, pero más vale tarde que nunca.

Todo comenzó cuando un familiar, conocedor de mi afición al vuelo y a los aviones, me regaló un paquete de aventuras que incluía, entre otras cosas, un vuelo en paramente. Como ya había volado en Ultraligero y sabía que estaba por encima de mil posibilidades y lo del salto en paracaídas me daba un poco de grima, opté por un vuelo en paramente con piloto; lo que llaman un biplaza.

Pocos tiempo después me encontré subiendo a una montaña del Pirineo aragonés por un abrupto camino que nos llevó a 3200mts de altitud. Allí, en una explanada, esperamos el el viento propicio para despegar. Hacía un día soleado, ni calor ni frío; un día perfecto para volar, escuché decir a alguien. La adrenalina y la emoción ya recorrían mis entrañas antes incluso de estar esperando ese momento, en el que después de una corta carrera, mis pies se separarían del suelo. Frente a nosotros un profundo precipicio, los picos de montañas lejanas y un enorme valle. Desde allí y mientras me preparaba, vi como otros, con la facilidad que dan años de experiencia, se elevaban del suelo con naturalidad, sin apenas esfuerzo; no daba la sensación de que aquello fuese difícil. Comenzamos la carrera y tras un intento fallido por falta de viento, la vela se infló correctamente y adquirió la forma de un ala lista para hacer lo que hacen las alas, volar. Bastaron cinco metros de corta carrera para que mis pies dejasen te cocar el suelo y aquella tela llena de ingeniería nos sostuviese, casi de forma mágica en el aire. El viento comenzó a sonar fuerte, azotando mi cara y los cordinos que nos unían a la vela. Mi piloto, que luego sería me mentor, me hablaba de las térmicas y otras sosas que todavía no entendía, mientras yo intentaba absorber todo lo que ocurría a mi alrredeor. Pasamos al borde de la montaña, surfeando el viento, con vistas de 360º absolutamente impresionantes. Debajo de mis pies pasaban árboles que parecían arbustos lejanos, un pueblo a lo lejos y mucho más lejos aún el prado que serviría de zona de aterrizaje. Lentamente el suelo se acercaba a la vez que nos acercábamos al lugar de aterrizaje. Luego sabría que aquello solo era un sucedáneo de lo que se siente cuando eres tú, y no un piloto experimentado, el que comanda la vela.

Los sentimientos que produce volar, solo o con instructor en un parapente, no tiene parangón. No es comparable con volar en un avión, ni siquiera en un ultraligero. Es libertad absoluta unida a un sentimiento de humildad producido por estar a merced del viento. Cuando miras hasta donde alcanza tu vista te sientes muy pequeño y frágil, pero a la vez feliz de ser parte del cielo y de sus caprichos. Esas sensaciones se graban a fuego en tu memoria y desde entonces, lo único que quieres es volver a repetirlas; eso fue lo que en mí caso me hizo repetir. La experiencia fue tan gratificante, que desde entonces perdí el interés por otras cosas y solo quedó asa vela y aprender a volar con ella. Al año siguiente comencé un curso, pero con tan mala fortuna que me partí el peroné debido a mi poca experiencia y por no utilizar un calzado apropiado. Lejos de amedrentarme, tan pronto me vi recuperado, volví y conseguí terminar el curso con éxito. Separar los pies del suelo en mi primer vuelo en solitario fue una de las experiencia más intensas y gratificantes que he sentido. Desde luego no comparables con el nacimiento de mi hija; es algo completamente diferente y muy personal. Posiblemente muchos dirán que exagero o que estoy demasiado entusiasmado y no veo las cosas como son, pero como he dicho, es una experiencia personal, por lo que nadie que no haya sentido lo que yo tiene el derecho a juzgar. Alguien que no haya mirado al horizonte y luego ver que debajo de sus pies todavía hay tres kilómetros para llegar al suelo, no puede juzgar, ni siquiera intuir, lo que se siente. El viento frio en la cara y retumbando en los oídos te da una noción de la velocidad. A medida que lo vas conociendo, ese viento deja de ser un desconocido y se hace tu amigo y aliado. Te dice a donde vas y te puede elevar por encima de las nubes, pero también ser tú perdición y debes respetarlo. Un parapente no tiene las naturales características otorgadas de forma natural a un ave, apenas las puede imitar. Pero te permite, al igual que las aves ascender y gobernar la trayectoria del ala, siempre y cuando respetes las normas de la aerodinámica. Una ascendencia debajo de una nube peligrosa puede llevarte a una altura donde el frío y la falta de oxígeno acaban contigo en cuestión de minutos. Las turbulencias, la falta de preparación del equipo o creerte poseedor de cualidades de piloto experto, sin serlo, pueden fracturar tus huesos o dejarte en una silla de ruedas. El riesgo es una parte ineludible de volar y la forma de minimizalo es ser meticuloso, precavido y no dejar llevar por las emociones inevitables que produce.

Espero que pronto sea auto suficiente y poder volar en cualquier lugar que sea bueno para ello. Porque entre otras muchas cosas que tiene este mal llamado deporte de riesgo, es que te hace salir de casa, tomar contacto directo con la naturaleza y aprender a respetarla. Te hace ser humilde, contactar con personas con tanto amor como tú por lo natural, por el vuelo y por el compañerismo. Son muchos los que he encontrado a través del corto tiempo recorrido con mí vela, pero todas ellas me han enseñado y ayudado. No tengo palabras para agradecer a todas ellas su inestimable ayuda y consejos. Algunos quitando de mi cabeza el ímpetu del principiante y otros enseñándome trucos y conocimientos. Este escrito va para ellos.





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