Los avances en todas las campos de la ciencia han cambiado
nuestras vidas por completo, haciéndolas más cómodas y fáciles. La medicina,
como ciencia, ha reducido las tasas de
mortalidad y mejorado la calidad de nuestras vidas. Así mismo, las
investigaciones en el campo de la física, nos ha ayudado a comprender algunos de los secretos más profundos del universo.
También, gracias a estos avances, hoy
disponemos de materiales de alta tecnología con propiedades increíbles que han
hecho posible la construcción de dispositivos que antes solo se veían en
películas de ciencia ficción. Viendo
todo esto, podríamos pensar que vivimos la
época dorada de la ciencia, un idilio
entre las necesidades del hombre y su ciencia. Pero si miramos atrás en la
historia y en profundidad el mundo científico actual, nos daremos cuenta que no
es lo que parece. Para empezar, la época dorada de la ciencia, en opinión de muchos, forma
parte del pasado, como el espíritu de aquellos pioneros que la protagonizaron. Hoy la ciencia se ha vuelto
conservadora e inmovilista, algo que va en contra de la esencia misma de la
ciencia.
Como en muchos aspectos
de la sociedad moderna, la ciencia y sus
científicos, han sustituido el afán de superación personal y la pasión por descubrir,
por la obtención de beneficio económico rápido. Con ello han caído en corrupción, convirtiendo la
ciencia en puro lucro al servicio del dinero.
Esta motivación pone en cuestión el objetivo final de la ciencia en general, ya
que se desconectada de las necesidades humanas. En definitiva, cuando la ciencia se mueve por lucro queda contaminada hasta tal punto que deja de ser
ciencia, convirtiéndose en una forma más de ganar dinero. En tal caso, tenemos
un problema que afecta a su ética a la hora de buscar resultados.
Cuando las líneas de investigación las deciden las empresas,
es decir, el poder económico, la investigación nunca busca el bien común o el
conocimiento, que debería ser el objetivo primordial de cualquier proyecto
científico, sino el lucro de esas empresas. Esto, raras veces resulta beneficiosos para la
sociedad en general, y si lo hace será
una consecuencia derivada y no un objetivo. Tampoco será un beneficio social a
largo plazo, pues solo se considera el
lucro a corto plazo como prioridad, sin tener en cuenta las consecuencias en el
tiempo, que pueden ser tremendamente negativas.
Un ejemplo de esto lo podemos encontrar en la invención de
los embases de plástico. Su desarrollo trajo abaratamiento de costes y grandes beneficios económicos a
las empresas. Así mismo aportó comodidad a los ciudadanos. Pero a largo plazo, la sustitución del cristal
por el plástico ha supuesto un gravísimo
problema medioambiental y de salud pública a nivel planetario. En este caso, como en
muchos otros, se da la circunstancia que
lo que un problema que fue creado por la empresa privada, acabó resultando un
problema que deberá ser subsanado con
dinero público y con un coste incalculable. Teniendo en cuenta que no estamos
hablando de personas estúpidas, alguien se daría cuenta del problema, pero
primó más el beneficio que el daño, demostrándose así que se impuso la ética
del dinero.
Si hablamos de la medicina y de medicamentos, también nos encontramos de entrada con un dilema moral. Porque la medicina y el lucro, en
teoría, deberían ser incompatibles. Pensemos
por un momento que si el fin último de
los medicamentos fuese curara las
enfermedades crónicas o atajar la raíz de las enfermedades, la industria
farmacéutica, cuyo principal objetivo, no nos engañemos, es ganar dinero, se
quedaría sin clientes muy pronto. Es por
eso que no tienen en cuenta los remedios naturales o terapias alternativas o
medicamentos que curan de verdad. Por ello desprecian o criminalizan a quienes usan medios
que no controlan llamándoles
pseudocientíficos. Aparte de haberse
vuelto tremendamente inflexible y elitista, como las demás ciencias, la medicina de hoy precisa de clientes que
consuman remedios caros. Y hay que tener en cuenta que la mayoría de las
investigaciones científicas están sufragadas por la industria farmacéutica, que
como he dicho antes, tiene como fin último ganar dinero y no curar.
Los científicos pioneros y que han sido reconocidos por la
historia como genios, en su inmensa mayoría no persiguieron el lucro o el
reconocimiento social como fin último de
su trabajo, más bien fue una consecuencia. Es más, algunos acabaron en la más
absoluta pobreza o repudiados por la sociedad, mientras otros más
desafortunados y combativos, incluso
presos o condenados a muerte. Pese a ello, fueron muy pocos los que renunciaron a la verdad. Al contrario que estas personas, salvo eminentes
excepciones, los científicos actuales
han vendido su alma y carecen de ese
espíritu altruista de superación. Ya no
abundan entre ellos personas con la
motivación y la valentía necesaria para enfrentarse al mundo por defender la
verdad. Son muy pocos ya los que
arriesgan su carrera por enfrentarse a lo establecido, los que no dan nada por
sentado o no se conformaban hasta encontrar la verdad cueste lo que
cueste.