Es repetitivo y hasta ofensivo escuchar en
los medios de comunicación llamar a los disidentes antisistema y a
los que proponen alternativas demagogos o cosas peores. Los medios de comunicación, en este aspecto como en otros, están uniformado y todos van a una cuando se trata de referirse al
creciente malestar social y a los disidentes de este sistema; pero es normal que suceda así ya que todos están ligados, de una forma u
otra al capital y, en último término, a los bancos. Así no es de
extrañar esta conducta servil. Muchos buenos
periodistas han sido despedidos por salirse de la línea y hay miedo. Los pocos periodistas de verdad han quedado apartados en medios de comunicación alternativos y de poca difusión, y otros, que parecen disidentes, solo forman parte de lo que se llama disidencia controlada o se salen de la línea por ganar
una audiencia cada vez más decepcionada y escéptica.Son fácilmente reconocibles, pues tratan los temas de modo frívolo y superficial. El miedo es un
poderoso medio de control a la que los periodistas no son ajenos.
Pero a pesar de la manipulación, el
descontento sigue creciendo, y ya no son solo jóvenes perroflautas
los que protestan y manifiestan abiertamente que es te sistema es
malo o, mejor dicho, nefasto. Académicos, economistas e incluso,
premios Novel, lo afirman. Lamentablemente, detrás de todas estas
declaraciones y protestas, no hay soluciones alternativas, y si la
hay, no tiene el suficiente eco social para ser aceptadas. Por otra parte, la dependencia que se
ha creado a este sistema es enorme, precisamente debido al miedo, un miedo atroz a la pérdida.
Esto hace que la resistencia al cambio sea todavía mayor, casi imposible.
Hoy no basta con ser disidente, no
basta con luchar por cambiarlo, es necesario tener alternativas
viables que persigan un único fin; procurar el bien común. Dichas
alternativas pasarían, ineludiblemente, por la pérdida de la
propiedad privada. Si, suena a comunismo, lo sé. ¿Pero que es lo
que nos pertenece en realidad?
Pensemos un poco:
En este sistema la inmensa mayoría de
nosotros no somos dueños de nada, al contrario, muchas de las cosas
que podrían proporcionarnos bienestar están fuera de nuestro
alcance, incluso la libertad. La mayoría no elegimos nuestro trabajo
porque nos guste, no hacemos lo que nos llena nuestras inquietudes,
no podemos conocer lo que deseamos; nos vemos abocados ha hacer otras
cosas por necesidad y pura supervivencia. Y esta obligación, en el
fondo, es una forma de esclavitud. Si lo pensamos detenidamente, la
propiedad privada no es más que una mera ilusión que puede
desvanecerse en cualquier momento, de echo se desvanecerá seguro con
nuestra muerte. Por otra parte, es la expresión de nuestros más
bajos instintos, pues está directamente relacionada con el egoísmo malsano.
Una alternativa sería la “propiedad
privada limitada”, es decir, algo es tuyo mientras lo utilizas.
Esta concepción de la propiedad, es más acorde con el orden natural
de las cosas. Un sencillo ejemplo sería : tu podrías disponer de
cualquier vehículo que esté aparcado en la calle, usarlo, cuidarlo
como si fuese tuyo, y dejarlo nuevamente en la calle para que otro lo
use cuando acabes. Evidentemente, las fábricas de coches no iban ha estar muy de
acuerdo con ello, pues, seguramente, solo se necesitarían fabricar
un diez por ciento de los coches que ahora mismo están circulando.
Lo que hacemos ahora, disponiendo de un vehículo de uso exclusivo,
es solo un ejemplo de como este sistema va en contra del sentido
común y de nuestro bienestar. Si esto lo aplicásemos a todo, la
cantidad de recursos naturales, energía y mano de obra, solo sería
una fracción minúscula de lo que hoy el mundo necesita para
mantener este sistema insostenible. Eso, nos permitiría aspirar a
algo más que pasar por esta vida sobreviviendo con un sin fin de
preocupaciones. Podríamos tener más tiempo para dedicar a nuestros
hijos, aprender o realizarnos como personas sin padecer las
enfermedades que esta sociedad nos provoca. Pero la renuncia o el
desapego a lo material, cuando hemos sido instruidos en el egoísmo,
es un paso muy difícil de dar.
Creemos, falsamente, que esta
renuncia nos anulará como individuos, cuando es todo lo contrario,
nos enriquecería más que disponer de una cuenta bancaria
millonaria. Nuestro grado de libertad, de decidir sobre nuestras
vidas, sería mucho mayor de lo que es ahora.
Este planeamiento social, que
implicaría a todos por igual, sin tener en cuenta su actual estatus,
supondría la desaparición del dinero y todos sus perjuicios, con lo
que, inevitablemente, también desaparecerían las fronteras que
limitan nuestros movimientos y los privilegios de los poderosos. Yo
no soy mago, ni conozco la forma de hacerlo, pero seguro que hay
gente con la cabeza mejor amueblada que tiene ideas para llevarlo
acabo. De lo que estoy convencido, y esto es de puro sentido común,
es que no podemos continuar así por mucho más tiempo. Puede que nuestra generación
no sufra las consecuencias fatales del fracaso de este sistema, pero
la siguiente generación, de no cambiar las cosas, está condenada al
hambre, la guerra o los desastres naturales. Lo que es seguro, es que este sistema es completamente insostenible.