Como muchas grandes ciudades del mundo Valencia esta repleta de lugares dignos de ser visitados. Lugares que reflejan una cultura y formas que definen y le dan personalidad propia, pero también es fiel reflejo de la crisis económica, la decadencia, un producto del despilfarro y unas inversiones de muy dudosa utilidad.
Para comenzar nuestra visita necesitamos un alojamiento, en ese aspecto no hay problema, ya que la ciudad está repleta de hoteles, como cualquier ciudad turística que esté en la costa y tenga buenas playas. Lamentablemente, si tu presupuesto es ajustado y la la visita la quieres realizar en agosto, el precio te va a parecer caro, incluso prohibitivo, sobre todo si lo que quieres es estar cerca de los lugares emblemáticos. Es por esta razón que el lugar elegido por nosotros estaba en la periferia, concretamente en el hotel Vora Fira, que como su nombre indica, está al lado de la feria de muestras de Valencia. Este hotel, además de tener un precio razonable, ofrecía entradas para visitar el complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, todo un símbolo del modernismo y del diseño de los arquitecto Santiago Caratraba y Félix Candela, que junto a los ingenieros Alberoto Domingo y Carlos Lázaro dieron forma a esta prodigio de la construcción. Lamentablemente la distancia que separa este hotel del centro de la ciudad es muy grande, aunque si tienes coche, no es muy complicado desplazarse por las sobredimensionadas vías del extrarradio de Valencia.
Nada más llegar al hotel, y sabedores del poco tiempo que teníamos, dejamos el equipaje y recogimos las entradas para la visita al complejo, esta era nuestra primera cita con la ciudad. Cabe reseñar que el hotel tiene todos los servicios necesarios para que te sientas a gusto. Las habitaciones no son muy grandes ni están dotadas de las comodidades de los hoteles de lujo, pero cumplen su función, además tiene piscina, algo que es muy de agradecer si la visita es en verano. Lamentablemente, los ordenadores del vestíbulo no estaban operativos. Esto el un hotel que está cerca de un feria de muestras, donde se supone que acuden ejecutivos y comerciales resulta imperdonable. Por suerte la red Wi-Fi me permitió hacer algunas consultas, aunque con el móvil resultaba bastante tedioso.
Después de un corto viaje por las carreteras del extrarradio y las grandes avenidas de valencia llagamos al complejo. No fue un viaje complicado, y menos si tienes GPS, pero hay que andarse con cuidado, los conductores locales, habituados a una conducción rápida por estas vías te pueden dar más de un susto. Nuestra primera visita sería al Museo de las Artes y las Ciencias.
Ya desde lejos, la visión del complejo en su conjunto es impresionante. Una arquitectura de formas imposibles donde la creatividad de Caratraba destaca por encima de todo. No es nada complicado encontrar el aparcamiento del complejo, eso si, hay que tener en cuenta que el precio del mismo es caro, 2€ por hora, algo que encarece sobremanera el tiempo que uno pueda pasar visitando el complejo. Después de dejar nuestro coche accedimos al recinto en sí, encontrándonos de lleno con las plazas que rodean los edificios principales.
Interior del museo de las artes y las ciencias |
Realmente es una visita que podríamos avernos saltado. Salvo tres o cuatro salvedades nada reunía las condiciones para llamar la atención del visitante ávido de conocer los secretos de la ciencia. Quien esperase encontrar allí grandes instalaciones, como funciona un reactor nuclear o los últimos avances en mecánica cuántica, se llevará una gran decepción. Tampoco la botánica, la bilogía o la ingeniería. Tan solo cabe destacar alguna que otra instalación sobre la salud, el funcionamiento de la mente y, para los aficionados al cómic, figuras de cartón piedra de los míticos orees de Malver. Estuvimos todos de acuerdo en que como museo de la ciencia era pobre y algo frustrante. La lástima es que la única instalación que podía llamar mi curiosidad, el teatro de la electricidad, tenía horarios de visitas y siempre estaba repleto.
Después de nuestra visita la Museo salimos del complejo para comer, algo que decidimos para poder visitar algo de la gastronomía típica de Valencia. Ya con los pies molidos y bajo el sofocante calor, decidimos no caminar más y dirigirnos al centro comercial El Saler que está al lado del complejo y que, según nos dijeron, tenía una planta entera dedicada a la restauración. En fin, nada que reseñar, Comimos en el restaurante Venecia, una comida ajustada al precio que pagamos, pero nada especial.
Delfinario |
Cansados pero satisfechos de no haber desperdiciado nuestro tiempo, no dirigimos al hotel para cenar y descansar, no sin antes pagar los casi 20€ del aparcamiento; un robo. Aunque el hotel ofrece un menú aceptable y ajustado de precio, decidimos salir fuera para conocer un poco el lugar. Al final, después de una corta búsqueda y sin ganas de caminar, nos encontramos con un restaurante chino que reunía las condiciones de unos turistas pobres. Después de cenar nos decidimos a dar un corto paseo por el lugar. Enseguida nos dimos cuenta de los efectos de la crisis. La zona estaba repleta de carteles que se vende, incluso se vendía todo un edificio. Un hotel de más de diez pisos de altura que había sido un hotel y que estaba delante mismo de la feria de Valencia. Una enorme instalación que encontramos redundante, teniendo en cuenta que el complejo de las artes y las ciencias se ha dotado de instalaciones para estos eventos. Demasiado espacio ferial para tan poco cartel, ya que si miramos su programa de actividades veremos enseguida que no se ocupa ni un 5% de su capacidad a lo largo de lo que queda de año. Por ello no es de estañar el enorme déficit de la Comunidad Valenciana, ya que el mantenimiento de estos edificios no operativos debe suponer una carga descomunal. Un ejemplo más del despilfarro y de una mala previsión. Inversiones arriesgadas hechas con el dinero público y que no han tenido, ni mucho menos, los beneficios que se esperaban de ellas.
El paraíso del grafitero |
Grafitis en la escalera de ascenso a al campanario del Miguelete |
Para terminar nuestra nuestra visita por el centro histórico, nos decidimos a buscar un lugar tranquilo y típico para comer. Lo encontramos en la plaza Redonda, en un bar restaurante llamado La Rotonda. Ciertamente no salió barato, 30€ por persona, pero hay que tener en cuenta que comimos dos raciones de unos calamares a la romana que estaban de muerte, por no balar de la paella. Un servicio algo lento, pero buena relación calidad precio; se lo recomendaría a cualquiera.
El día siguiente, volvimos para hacer nuestra última visita. Queríamos ver el Imax, uno de los más avanzados que se han construido, y que además es planetario. La proyección que vimos fue viaje por el Nilo, ciertamente espectacular y sorprendente.
A pesar de algunas cosas que no nos gustaron, mi conclusión final es que el viaje mereció la pena. No obstante, si alguien quiere realizarlo, le recomiendo encarecidamente que se informe previamente de los horarios y tipo de espectáculos que se dan en la ciudad de las Artes, ya que eso evitará decepciones y largas esperas, que bajo el Sol del verano, pueden ser realmente pesadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si no estas de acuerdo o quieres aportar algo, deja tu comentario.