Ha pasado mucho
tiempo desde que escribí mis últimas líneas en este blog, tiempo
que he utilizado para otras cosas que nada tienen que ver con la
política u otras de las que solía escribir. Han sido Asuntos más
importantes y que me han proporcionado muchas más satisfacciones
que escribir de cosas sobre las que no puedo hacer nada. No obstante,
esta nueva dedicación también ha sido inspiradora, y por ello
quiero intentar transmitir aquí parte de experiencias.
Nunca fui hombre de
pasiones desmedidas y mucho menos amante del deporte, pero siempre
hubo algo que me atrajo y a lo que nunca renuncié; volar. Hace dos
años; dejó de ser un sueño para convertirse en una realidad.
Arrepentido estoy de no haber topado antes con la oportunidad y
lanzarme yo solo a las nubes, pero más vale tarde que nunca.
Todo comenzó cuando
un familiar, conocedor de mi afición al vuelo y a los aviones, me
regaló un paquete de aventuras que incluía, entre otras cosas, un
vuelo en paramente. Como ya había volado en Ultraligero y sabía que
estaba por encima de mil posibilidades y lo del salto en paracaídas
me daba un poco de grima, opté por un vuelo en paramente con piloto;
lo que llaman un biplaza.
Pocos tiempo después
me encontré subiendo a una montaña del Pirineo aragonés por un
abrupto camino que nos llevó a 3200mts de altitud. Allí, en una
explanada, esperamos el el viento propicio para despegar. Hacía un
día soleado, ni calor ni frío; un día perfecto para volar,
escuché decir a alguien. La adrenalina y la emoción ya recorrían
mis entrañas antes incluso de estar esperando ese momento, en el que
después de una corta carrera, mis pies se separarían del suelo.
Frente a nosotros un profundo precipicio, los picos de montañas
lejanas y un enorme valle. Desde allí y mientras me preparaba, vi
como otros, con la facilidad que dan años de experiencia, se
elevaban del suelo con naturalidad, sin apenas esfuerzo; no daba la
sensación de que aquello fuese difícil. Comenzamos la carrera y
tras un intento fallido por falta de viento, la vela se infló
correctamente y adquirió la forma de un ala lista para hacer lo que
hacen las alas, volar. Bastaron cinco metros de corta carrera para
que mis pies dejasen te cocar el suelo y aquella tela llena de
ingeniería nos sostuviese, casi de forma mágica en el aire. El
viento comenzó a sonar fuerte, azotando mi cara y los cordinos que
nos unían a la vela. Mi piloto, que luego sería me mentor, me
hablaba de las térmicas y otras sosas que todavía no entendía,
mientras yo intentaba absorber todo lo que ocurría a mi alrredeor.
Pasamos al borde de la montaña, surfeando el viento, con vistas de
360º absolutamente impresionantes. Debajo de mis pies pasaban
árboles que parecían arbustos lejanos, un pueblo a lo lejos y mucho
más lejos aún el prado que serviría de zona de aterrizaje.
Lentamente el suelo se acercaba a la vez que nos acercábamos al
lugar de aterrizaje. Luego sabría que aquello solo era un sucedáneo
de lo que se siente cuando eres tú, y no un piloto experimentado, el
que comanda la vela.
Los sentimientos
que produce volar, solo o con instructor en un parapente, no tiene
parangón. No es comparable con volar en un avión, ni siquiera en un
ultraligero. Es libertad absoluta unida a un sentimiento de
humildad producido por estar a merced del viento. Cuando miras
hasta donde alcanza tu vista te sientes muy pequeño y frágil, pero
a la vez feliz de ser parte del cielo y de sus caprichos. Esas
sensaciones se graban a fuego en tu memoria y desde entonces, lo
único que quieres es volver a repetirlas; eso fue lo que en mí caso
me hizo repetir. La experiencia fue tan gratificante, que desde
entonces perdí el interés por otras cosas y solo quedó asa vela y
aprender a volar con ella. Al año siguiente comencé un curso, pero
con tan mala fortuna que me partí el peroné debido a mi poca
experiencia y por no utilizar un calzado apropiado. Lejos de
amedrentarme, tan pronto me vi recuperado, volví y conseguí
terminar el curso con éxito. Separar los pies del suelo en mi primer
vuelo en solitario fue una de las experiencia más intensas y
gratificantes que he sentido. Desde luego no comparables con el
nacimiento de mi hija; es algo completamente diferente y muy
personal. Posiblemente muchos dirán que exagero o que estoy
demasiado entusiasmado y no veo las cosas como son, pero como he
dicho, es una experiencia personal, por lo que nadie que no haya
sentido lo que yo tiene el derecho a juzgar. Alguien que no haya
mirado al horizonte y luego ver que debajo de sus pies todavía hay
tres kilómetros para llegar al suelo, no puede juzgar, ni siquiera
intuir, lo que se siente. El viento frio en la cara y retumbando en
los oídos te da una noción de la velocidad. A medida que lo vas
conociendo, ese viento deja de ser un desconocido y se hace tu amigo
y aliado. Te dice a donde vas y te puede elevar por encima de las
nubes, pero también ser tú perdición y debes respetarlo. Un
parapente no tiene las naturales características otorgadas de forma
natural a un ave, apenas las puede imitar. Pero te permite, al igual
que las aves ascender y gobernar la trayectoria del ala, siempre y
cuando respetes las normas de la aerodinámica. Una ascendencia
debajo de una nube peligrosa puede llevarte a una altura donde el
frío y la falta de oxígeno acaban contigo en cuestión de minutos.
Las turbulencias, la falta de preparación del equipo o creerte
poseedor de cualidades de piloto experto, sin serlo, pueden fracturar
tus huesos o dejarte en una silla de ruedas. El riesgo es una parte
ineludible de volar y la forma de minimizalo es ser meticuloso,
precavido y no dejar llevar por las emociones inevitables que
produce.
Espero que pronto
sea auto suficiente y poder volar en cualquier lugar que sea bueno
para ello. Porque entre otras muchas cosas que tiene este mal llamado
deporte de riesgo, es que te hace salir de casa, tomar contacto
directo con la naturaleza y aprender a respetarla. Te hace ser
humilde, contactar con personas con tanto amor como tú por lo
natural, por el vuelo y por el compañerismo. Son muchos los que he
encontrado a través del corto tiempo recorrido con mí vela, pero
todas ellas me han enseñado y ayudado. No tengo palabras para
agradecer a todas ellas su inestimable ayuda y consejos. Algunos
quitando de mi cabeza el ímpetu del principiante y otros enseñándome
trucos y conocimientos. Este escrito va para ellos.
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