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lunes, 23 de abril de 2018

Prediciendo el futuro


Los historiadores hablan de tiempos pasados, donde el ser humano forjó imperios con sociedades complejas y prósperas; pero también de como desaparecieron después de haber sido referentes en la historia y cuna de conocimiento y cultura. Por alguna razón, estos imperios que podrían haber existido por siempre, sucumbieron al tiempo, dejando tras de sí construcciones que han llegado a nuestros días y que son pruebas inequívocas de un alto grado de organización social. Muchos han especulado haciendo teorías al respecto sobre su decadencia y posterior desintegración. Yo considero (y es tan solo una deducción basada en lo que me ha tocado vivir en mi tiempo), que estas sociedades, en algún momento de su evolución, abandonaron el camino de la razón y la ética, lo que provocó a su vez el abandono del objetivo primordial que toda sociedad debiera buscar para ser imperecedera: el bien común. ME baso es algo que es lógico: cuando se abandona el camino de la raón, las normas morales se degradan y ya no hay objetivos que hagan vislumbrar un futuro para los individuos de la sociedad. Si se acaba la esperanza y la ilusión no hay motivación ni deseos de avanzar en común. La ética es como el pegamento que une a la sociedad y sin el cual cada uno tira por su lado.
Sé que muchos dirán que hubo guerras y desastres naturales; razones más que poderosas para acabar con civilizaciones enteras, también malos gobernantes. ¿Pero no es acaso las guerras, la violencia y un mal gobierno la consecuencia de la falta de valores éticos y unas normas morales degradadas? En cuanto a los desastres naturales, lo que ha demostrado el ser humano al respecto es su capacidad de sacrificio y tesón para superar situaciones difíciles y sobrevivir, siempre y cuando haya algo que les una. Pero sin valores éticos ni la búsqueda de la razón (que por cierto, nos distinguen como seres humanos), las posibilidades de recuperarse de un gran desastre son escasas. Y así es como, lo que parecía imperecedero y grandioso, acaba en ruinas.
Al igual que sucede con las especies, parece que la naturaleza ha ido probando diferentes formas de sociedad, como si se tratase de dar con la fórmula para que el ser humano trascienda. Siendo así, muchos podrían pensar que esta sociedad moderna, con tanta tecnología, ciencia y conocimiento, pudiese ser el fin de la búsqueda. Pero por desgracia, al igual que en otras sociedades ya desaparecidas, son más que visibles los indicios de un profundo declive moral y ético, a la vez que una pérdida de rumbo que crece en el corazón mismo de este nuevo imperio moderno. Estos valores, que son vitales para la cohesión social, son sustituidos por conceptos ambiguos y relativistas que se adaptan según soplen los vientos, una moral de geometría variable que lleva a la sociedad a un estado de perplejidad, incertidumbre y confusión. En definitiva, falacias, demagogia, corrupción, materialismo y mentiras se extienden por la sociedad, conduciendo al individuo a perseguir objetivos puramente egoístas o acabando sometido y trabajando para los psicópatas genocidas que gobiernan y que solo buscan enriquecerse materialmente sin la más mínima empatía, sin importarles las consecuencias ni el daño que dejan tras de sí, es decir, sin valores morales. Pero la ascensión al poder de estos personajes no sería posible sin beneplácito de la sociedad ya en declive, siendo éstos un reflejo del estado moral de la misma. Es decir, que el hecho no obedece a caprichos del destino, sino a esa falta de valores; consecuencia, a su vez, de la ausencia intencionada en la educación de esos mismos valores morales, necesarios para hacer personas integras y consecuentes, capaces de hacer elecciones correctas y oponerse al dominio de la injusticia.


Estamos pues ante una espiral ya recorrida por otras civilizaciones y que conduce, necesariamente al colapso. Así pues, ni mucho menos estamos en el buen camino; más bien al contrario. La decadencia moral de la sociedad nos acerca peligrosamente a la extinción, pudiendo ser esta la última oportunidad que la naturaleza da a la especie humana. Porque, a diferencia de otras tentativas, los avances científicos de nuestra sociedad hicieron posible que tengamos a nuestro alcance la forma de acabar definitivamente con la vida sobre la tierra; algo que ninguna otra civilización humana conocida ha tenido jamás (al menos que se sepa). Y lo peor no es el hecho de tener esa posibilidad, sino de tener líderes mundiales con la mente tan trastornada como para hacer efectiva la amenaza.
Si esta sociedad deja definitivamente de buscar superar las fronteras del conocimiento, conquistar el espacio, trascender y conseguir el bienestar de todos los seres que habitan este hermoso planeta, si esta sociedad se olvida de respetar las normas de la naturaleza que otros seres respetan y siguen por instinto, el futuro de nuestra especie está tan sellado como lo estuvo el de los dinosaurios en su día. Nuestra arrogancia nos ciega tanto que llegamos a pensar que sobreviviremos por ser inteligentes y estar mejor preparados que otras especies. Pero al igual los dinosaurios fueron incapaces de predecir el desastre natural que acabó con ellos, nosotros somos incapaces de predecir las consecuencias de nuestros actos criminales sobre nuestro entorno y sobre nosotros mismos. Es cierto que las especies ya extintas no tenían un cerebro muy grande y parece que tampoco eran muy inteligentes, pero no lo necesitaban. Su tamaño y fuerza les hacía poderosos y no se sentían amenazados, al igual que nuestra especie, que pensamos que nuestro dominio es imperecedero por ser inteligentes. No nos damos cuenta que la inteligencia es un arma de doble filo, capaz de ser peor que un gran asteroide cuando se usa mal y con fines equivocados. Tenemos tecnología, ciencia y capacidad de adaptación. Sin embargo, nos sobra ambición, arrogancia y estulticia a la vez que adolecemos de sabiduría y humildad para reconocer la oportunidad que la naturaleza nos ha dado. Lejos de aprovecharla, ponemos en riesgo cada día la supervivencia de nuestro planeta con nuevas amenazas, como las guerras dirigidas por genocidas a los que hemos dado un poder que no merecen.
Nuestra inteligencia nos permite sobrevivir a muchas situaciones, adaptarnos a los cambios y predecir peligros que otras especies son incapaces de ver. Esa misma inteligencia nos permite ser seres llenos de bondad, amables y capaces de hacer sentir felices a los demás, así como respetar todo aquello que es hermoso. Pero eso solo es posible si nos regimos por la razón y normas morales éticas, basada en el amor. Cuantos más seamos actuando de esta forma, mejores serán los frutos recibidos y más esperanzas de futuro tendremos, de lo contrario podemos ir escribiendo nuestro epitafio en piedra.
Por que si, puede que ya sea demasiado tarde. Una nueva generación, surgida de una sociedad cuyos líderes son proclives al cinismo, la demagogia y la falacia multiplica las posibilidades de cometer errores cada vez de mayores consecuencias. Maleducados por unos padres demasiado ocupados para ocuparse de inculcar valores y un sistema educativo donde, intencionadamente, se eliminan las humanidades, especialmente la filosofía, crea personas cada vez más vulnerables y proclives a seguir malos ejemplos, necios de necesidad condenados y sin futuro. Esta generación es más proclive a dejarse llevar por líderes que se aprovechan de su debilidad, arrastrándolos a la desgracia o al enfrentamiento en conflictos estúpidos, que no son otra cosa que la búsqueda del ansia enfermiza por obtener el poder a cualquier precio de enfermos psicópatas.

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