Cuando la podredumbre y la inmundicia gobiernan el mundo, es
prácticamente imposible verse salpicado. El recién nombrado presidente Quim Torra,
para dirigir la Generalidad catalana, es
un buen ejemplo de cómo lo peor de la sociedad acaba siendo ascendido a los
altares del poder para esparcir su mierda a todos. La culminación de un prceso
de despropósitos consistente en imponer una falsa realidad aun una buena parte
de un pueblo. No se entiende como en
pleno siglo veinte, un tipo, que bien podría ser un alumno aventajado de Hitler,
haya llegado a ocupar un puesto tan alto en el escalafón político. Un tipo
capaz, todavía, de separar a las personas por su genética, como lo harían los blancos
en Sudáfrica o los alemanes con los judíos. Pesábamos que este
tipo de pensamientos se habían extinguido, pero ya vemos que no es así. Quim Torra es un fascista xenófobo y racista
al que pronto veremos actuar, ya que su naturaleza de loco perturbado no podrá
ser contenida. Porque se pueden borrar artículos en internet, se puede decir
que le hackearon la cuenta o que no son suyos, se pueden decir muchas cosas
para ocultar su pasado, pero detrás de esos ojos negros como carbones, cargados
de odio y resentimiento, se ve a un nuevo Hitler al que ningún pueblo, en su
sano juicio, hubiese encumbrado al poder. Solo un pueblo engañado durante años
e inducido a odiar puede llegar a este extremo de radicalidad.
El cinismo esgrimido por los dirigentes nacionalistas ha
trastornado y engañado a jueces y gobiernos. Su falso victimismo ha cautivado a
muchos jóvenes, que han abrazado banderas y símbolos de otras épocas oscuras de
la humanidad. Puede que estos símbolos hayan cambiado de aspecto, pero su trasfondo
es el mismo que incitó a los republicanos a quemar iglesias en la guerra civil,
a los nazis a matar judíos o a los seguidores de Mao a aniquilar Tibet. Los mismos símbolos de odio que
forjaron las más atroces bestialidades recordadas por la humanidad. Pero a mí
no me engañan. Ellos no son la panacea a los problemas, son el problema en sí
mismo. Representan a la parte menos evolucionada del ser humano, esa que ha
quedado anclada en el pasado territorial
de los animales más feroces. Pero como estos, ellos no son tan valientes. Son
como hienas esperando la debilidad de su supuesto enemigo. Enemigos que buscan incansablemente
para culparles y achacarles sus errores.
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