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martes, 29 de mayo de 2007

Mi experiencia como interventor de Ciutadans

Cuando me enteré que había sido requerido para realizar la labor de interventor en las elecciones municipales de 2007, tuve bastantes reticencias, la primera de todas porque nunca había pasado por tal experiencia, y por tanto desconocía como es el proceso de unas elecciones por dentro. Pese a todo ello acepte, pues sabía que somos pocos y era una labor necesaria para mis compañeros.

Me presenté en el colegio en el primer colegio electoral a las 8:30 y empecé a hacer el recorrido mesa por mesa para recoger el acta de constitución. Como manda la normativa llevaba mi distintivo, que me identificaba como interventor de mi partido. No tardé en darme cuenta, que los restantes interventores de otros partidos me miraban y hacían comentarios entre ellos. Incluso, en algunas de las miradas se reflejaba un desprecio, que en algunos casos llegaban a dibujar muecas de asco en sus caras. Me hicieron sentir como si estuviese invadiendo una propiedad privada donde no se permitían intrusos. Desde luego no voy a nombrar a los partidos que pertenecían aquellos en la que esta actitud era más evidente.

Siempre con mi sonrisa en la boca y con amabilidad, solicitaba las actas a los presidentes de las mesas electorales, algunos de ellos me las daban a regañadientes, pero en general eran amables. Pero llegué a una mesa en la que había un interventor que pertenecía a un partido que no voy a nombrar, Solo diré que llevaba una camiseta con la inscripción INDEPENDENCIA en su camiseta, grande y a todo color. Cuando levantó la mirada y vio al partido al cual pertenecía empezó ha murmurar cosas ininteligibles, seguramente porque habla con los dientes tan apretados que era casi imposible entenderlo. Solo pude entender algo así como “ya están aquí estos…”. Era tal la rabia y el odio que desprendía que no tuve más remedio que apiadarme de el. Y con voz tranquila, como suelo proceder ante una persona desesperada le dije: “Disculpa, yo no he venido aquí a pegarte ni ha hacerte daño, no tengas miedo, no soy tu enemigo. He venido como representante de mi partido para verificar las elecciones. No debes preocuparte, de verdad, no voy a robarte tu cultura ni tu identidad”

Mi voz fue tranquila y sosegada pero con el suficiente volumen para ser escuchada por todos los miembros de aquella mesa. El hombre quedo perplejo, sin palabras para contestar. Los miembros de la mesa también callados, a la expectativa de lo que pudiese pasar. El presidente de la mesa sostenía en alto en acta y se quedó mirando al ofuscado interventor, como esperando un reacción violenta por su parte. Pero no sucedió nada y no di tiempo para que así fuese. Recogí mi acta de la mano del presidente y marche a otra mesa. Saludando y dando las gracias al presidente.

No voy a negar mi miedo en tal situación, porque pude percibir en aquel hombre el deseo de hacerme daño de verdad. Pero sabía que estaba en un sitio público con mucha gente a mí alrededor. Aunque parecían hostiles a mi presencia, dudaba mucho que fueran cómplices de un linchamiento.

Cabría plantearse hasta que punto esta sociedad está acumulando odio e intolerancia y ver que consecuencias podría traer esto si no se remedia pronto.

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