Por mis creencias personales no buscaba
la redención ni el perdón del santo, tampoco realizar ninguna penitencia. Solo después de finalizar, me di cuenta que no necesitaba una razón concreta para lanzarme a esta aventura. Porque para tomar una mochila y perderse
por los caminos de Galicia, recorriendo su rica y exuberante belleza, no hacen falta escusas. Sea cual sea la que te llevó allí merecerá la
pena.
En el camino, las agujetas, el dolor de
pies, la fatiga y el desánimo harán que te preguntes que haces allí, pero al alzar la mirada y ver los parajes que
te envuelven, los sonidos, los olores de la naturaleza y el ambiente
único que se vive en el camino, estoy casi seguro que tus dudas se
disiparán al instante; como me sucedió a mí. No importará nada lo
que te trajo, solo que estás allí viviendo aquello.
Inolvidable, gratificante y sobre todo
un deleite para los sentidos, son solo algunas de las cosas que puedo
decir del Camino de Santiago, de la ruta que va desde Sarria a la
plaza del Obradoiro, una de las plazas más hermosas que han podido
contemplar mis ojos y pisar mis doloridos pies.
Esta es la ruta que hicimos y que hoy
comparto con aquellos que quiera conocerla.
Preliminares:
Hay
muchas formas de plantearse el camino, tantas
como razones para hacerlo.
En nuestro
caso, y dado que no
estábamos habituados a las caminatas que nos esperaban, optamos por
la versión suave, contratando un paquete de
hospedaje para
que nos
facilitase las cosas y
atenuase el hecho de nuestra poca preparación física y las
dificultades motoras de mi compañera.
Después de mucho buscar y comparar precios acabamos contratando el
paquete que ofreció
Viviendo Experiencias .
Esto implica un desembolso importante, pero a cambio tenías
la comodidad de un
alojamiento individual en hoteles de tres estrellas con desayuno,
trasporte de equipaje, asistencia y dejar el coche a buen recaudo
hasta la vuelta; todo un
lujo al que un auténtico peregrino debería renunciar.
Con esta opción no es necesario cargar con todo el equipaje, solo lo
imprescindible para el camino; un
pequeño botiquín, calzado y calcetines de repuesto y
si no quieres hacer paradas,
algo de comida
y agua; aunque fuentes no te van a faltar en el camino, así
como sitios donde descansar y llenar
la barriga de buena comida.
Comenzando en Sarria:
Si como el nuestro este es tú origen
del camino de Santiago, debes de saber que en Sarria encontraras
todo lo que necesitas para el camino; si no te importa pagar un
poquitín más, claro. Si no quieres llegar cargado de cachivaches,
allí encontrarás calzado, mochilas, el imprescindible cayado o
bastón, y por su puesto, la concha de la vieira para adornar tu
atuendo de peregrino. El moderno atuendo del peregrino hoy ha pasado
de la capa y las sandalias, al calzado de marca y sofisticados palos
para caminar, pero qué le vamos a hacer, los tiempos cambian, o no;
depende de ti.
No está de más pernoctar uno o más
días en este pueblo gentil para visitar sus lugares emblemáticos y
conocer de primera mano su historia. En la iglesia de Sarria podrás
poner tu primer sello y por el casco antiguo del pueblo entablar
contacto con el ambiente que te acompañará a lo largo de todo el
camino, pues siempre hay peregrinos de todas las nacionalidades que
transitan o inician su recorrido allí. Ellos te harán sentir la
sensación inconfundible de estar en el Camino de Santiago. Es un
ambiente cosmopolita y propio de un lugar de paso.
No nos faltarán alojamientos; desde
los más básicos (los albergues) a los lujosos hoteles. Tampoco
faltan lugares donde disfrutar de buena comida gallega. Sus gentes
recibirán tu visita amablemente, sabiendo que traes la vida a un
pueblo donde la crisis y la especulación inmobiliaria se ha dejado
sentir en buena parte, y, como en otros muchos lugares, afeándolo
con construcciones que en nada merece el entorno donde se ubica
Sarria. Esto será algo común en todos los pueblos del camino que
tengan un cierto tamaño.
No pretendo hacer de esto una guía,
sino que seas tú el que descubra y experimente. No obstante, si
deseas comer bien, de los dos sitios donde paramos a comer, el hostal
Mar de Plata nos ofreció una buena relación calidad precio y un
servicio excelente, aunque para llegar deberás ir a la parte moderna
del pueblo. Dejando el buen yantar a un lado, es recomendable que te
informes y elijas bien que sitios deseas ver, pues cada rincón del
camino tiene su historia particular. Sarria tiene muchos, pero el
tiempo siempre escaseará y deberás elegir qué ver; además, cuenta
que hay que caminar y debes de estar descansado para el día
siguiente.
De Sarria a Portomarín 23 Km, toma
de contacto.
A cada paso cambia el paisaje, cambia
la luz y las personas con las que te encuentras, viajeros o
peregrinos que como tú viven la experiencia del reencuentro con el
pasado, la naturaleza y su interior. Porque el camino de Santiago es,
ante todo, un viaje al interior a través del silencio que no
encontrarás en la ciudad, a través de cada rincón, paraje o
construcción centenaria; todo de una inusual belleza a la que ya
habías perdido la costumbre de ver. El sonido del agua de los
riachuelos, el trino de los pájaros, el ritmo pausado de las aldeas
y, sobre todo, la quietud que trasmite el murmullo de los bosques
gallegos. El sonido de tus pies en la graba será la música que
escucharás durante todo el camino, no la aceleres demasiado o lo
pagarás caro, piensa que hay muchos kilómetros que recorer.
Los inicios son duros: cuestas
interminables; bajadas que mellan tus rodillas... Pero nada hay como
poner un pie delante del otro y caminar. No preguntes cuanto falta,
no mires los kilómetros que marcan los mojones, puedes caer en la
desesperanza; tan solo sigue las flechas amarillas que marcan el
camino. Detente si lo precisas, no mires el reloj y absorbe lo que
entra por tus sentidos. Deja que fluyan tus pensamientos y camina.
Esta receta te servirá para el largo camino que te espera.
Cruzarás granjas de vacas y un hedor
de estiércol fresco penetrará en tus fosas nasales. Si no estás
acostumbrado te resultará muy desagradable, incluso nauseabundo. No
te preocupes, te acostumbrarás, al igual que a pisar alguna que otra
sorpresa que dejan las vacas a su paso; ten cuidado. Es tan solo un
recordatorio que estás en la tierra donde se produce excelente
leche y carne. A lo que tendrías que acostumbrarte es a ver el poco
respeto que tiene algunos que se hacen llamar peregrinos con el
entorno natural. Porque es lamentable que habiendo papeleras y sitios
para deshacerse de la basura se algunos se dediquen a llenar los
senderos de su porquería; es muy fácil no ser como ellos,
recuérdalo. No se trata de ser un buen peregrino o no, sino de ser
una persona responsable y respetuosa con un entorno que no merece ser
afeado con tus deshechos.
Las piedras y los bajadas son
traicionaras. Una torcedura puede arruinar tu viaje y a lo largo de
nuestro recorrido pudimos ver como alguno tubo que volverse a casa
sin completarlo. Llevar un buen calzado es vital, así que es mejor
que no escatimes en ese gasto, ni tampoco en precaución. Una pequeña
lesión puede convertirse en un gran impedimento cuando tiene que
caminar tantos kilómetros.
No te preocupes si tienes hambre y no
tienes comida; como antes te dije, por poco dinero encontrarás
lugares para comer a lo largo de todo el camino. Bocadillos y
empanada gallega saciarán tu hambre. Además podrás poner un sello
en cualquiera de los sitios que visites para recobrar fuerzas, claro
está, si deseas la compostelana. No esperes grandes lujos en camino,
solo encontrarás lo que necesitas y poco más.
Al final del tramo el paisaje te
ofrecerá vistas espectaculares y los pies te pesarán. Después de
haber sufrido una montaña rusa, una bajada final te llevará hasta
Portomarín, una pesadilla para los que tienen las rodillas
delicadas. Después de la interminable bajada, un largo puente que
atraviesa el Miño te conducirá a unas escalinatas. La traca final
del trayecto es vértigo para quien lo sufra, y si sopla viento,
miedo y casi terror. Es el final de uno de los tramos más largos.
En Portomarín
Si has caminado al ritmo esperado y has
madrugado lo suficiente, serán las dos de la tarde y tu hambre se
peleará con las ganas de descansar. Tranquilo; ambas podrán ser
saciadas. Portomarín ofrece una plaza plagada de terrazas donde
podrás hacer las dos cosas a la sombra de la iglesia de San Juan,
también llamada Nicolás. Es una iglesia peculiar, pues más que
iglesia parece un castillo. Merece la pena, aunque no seas religioso,
admirar su interior. De hecho, cualquiera de las construcciones
centenarias del camino están plagadas de maravillas e historia que
bien merece ser conocida y fotografiada. No olvides llevar una buena
cámara para inmortalizar los parajes que encontrarás.
Portomarín no es una población muy
grande y verás que su vinculación con el camino es evidente. Como
muchos otros pueblos de la ruta jacobea, ha crecido con las visitas
de los peregrinos y gran parte de su economía está dedicada al
peregrino.
De Portomarín a Palas del Rey
Nos enfrentamos a otra etapa larga del
camino, ya tocados físicamente por la anterior. Aunque comimos bien,
nos acostamos temprano y descansamos bien, todavía se notan las
secuelas del día anterior y comienzan a notarse algunas agujetas.
Con el Sol nos ponemos en marcha y poco a poco las piernas empiezan a
funcionar como es debido. Es verano en el que lo hicimos, las
mañanas eran frías y no esperamos, ni el calor ni el asqueroso
bochorno del Este de donde partimos. Atrás va quedando Portomarín
después de cruzar por un puente aledaño al moderno que utilizamos
para entrar, y que está al lado de otro puente desvencijado, que
todavía era más antiguo y por el cual apenas cabrían dos personas
juntas; los tres cruzan el Miño en paralelo.
Enseguida se hace notar el suave
ascenso por la falda del monte de San Antonio. Después el camino
discurre por paisajes diversos; algunos cercanos a la autovía, otros
en bosque cerrado de gran belleza, donde robles, abedules, encinas, y
sobre todo los altos eucaliptos se van alternando para recrear la
vista al caminante. Pasamos aldeas y vemos muchas iglesias románicas,
granjas... pero sobre todo la bella Galicia y su naturaleza
exuberante. No faltan los riachuelos y arroyos para refrescarnos los
pies, todos de aguas cristalinas. Mientras caminas tus ojos se
centran en el paisaje, en los sonidos. Poco a poco los pensamientos
quedan atrás, desaparecen como la bruma matinal. La mente descansa
mientras se colman los sentidos. Es una forma de meditación, de
acallar el trajinar cotidiano del cerebro con cada paso. De vez en
cuando te adelantan o adelantas peregrinos. Alemanes, japoneses
incluso algún australiano. Aunque de idiomas y culturas tan
diferentes, saben decir y entienden lo que significa “Buen
camino”. Es lo que todos te desean y es lo que nosotros deseamos a
ellos. Se hace tarde. Son ya las tres de la tarde y tememos no poder
llegar a tiempo para de comer. Decidimos entonces paramos en un
restaurante, cuando creíamos que faltaba poco para llegar a de
Palas del Rey. No había muchas mesas ocupadas, pero tardan en
atendernos. Primer plato, bueno, pero escaso. Esperamos una eternidad
para el segundo, tanto que decidimos irnos. Un servicio de pena, la
cocina no funciona y salimos de allí muy decepcionados. Mejor haber
seguido caminando sin comer que parar allí.
En Palas del Rei
Como en casi todos
los pueblos y aldeas del camino, Palas del Rei tiene ese toque mágico
de la ruta jacobea. Es un municipio muy conocido del camino, pero
puede que en un principio no nos parezca más que un pueblo cruzado
por una carretera. Su parte moderna no nos ofrecerá nada distinto de
otros pueblos, pero si caminamos un poco para explorarlo, los
monumentos románicos y, especialmente la Iglesia de San Salvador,
nos dirán pistas de donde estamos. Debido al poco tiempo del que
dispusimos, que el alojamiento estaba lejos del pueblo y que no
apetecía caminar por el cansancio acumulado, no pudimos ver estos
lugares, algo que nos hubiese gustado. Por ello insisto que a la
hora de realizar esta ruta, planificar bien cuanto tiempo necesitáis
para no perderos tanto como nosotros. Cierto es que un peregrino no
para mucho tiempo en el mismo lugar, pero no sería justo realizar
tanto esfuerzo para no recibir la pequeña recompensa de ver, aunque
solo sea alguna de estas maravillas arquitectónicas, únicas y
plagadas de historia. Aquí dejo un enlace
que servirá como guía de lo que se puede visitar en este pueblo y
que no pudimos ver por el escaso tiempo. De todas formas, hay que
tener en cuenta, que hacer el camino de Santiago no es hacer una ruta
turística. Como dije al principio es un camino al interior de uno
mismo. Es por ello que lo más importante no es visitar sitios
emblemáticos o turísticos, sino la realización del camino. Seguro
que, después de hacerlo os queda la necesidad de conocer aquellos
lugares donde habéis estado y conocer más de su historia. Siempre
existirá la posibilidad de que otro año, con más tiempo, podáis
hacer la misma ruta y profundizar el en conocimiento de estos lugares
que os gustaron, sin el cansancio y el dolor de pies que os
permitirá, con mejor disposición, disfrutar de la experiencia.
Solo me queda
decir de la estancia en Palas del Rei, que el bonito complejo la
Cabaña, situado a ochocientos metros del pueblo, cumplió con
nuestras expectativas de descanso y comodidad, además de ofrecernos
buena comida en el asequible menú del día. No obstante, la
distancia con el pueblo es considerable, sobre todo cuando el
cansancio del camino ha mermado tus fuerzas.
De Palas del Rei a Melide 15Kms.
Como ya era casi habitual, nos
levantemos temprano, y después de un buen desayuno cogimos nuestros
trastos y nos pusimos a caminar. En esta ocasión, sabiendo que la
etapa era mucho más corta y descendente, los ánimos eran mejores.
Después de haber recorrido ya casi cincuenta kilómetros, teníamos
una idea más clara sobre la distancia que nos quedaba. Sería un
paseo comparado con las dos etapas anteriores. Por suerte, y como los
dos días anteriores, el tiempo era esplendido. Algo de bruma al
principio, cielo claro después y un sol que no calentaba demasiado
nos acompañó todo el camino. Llegados a este punto, y mientras
caminaba disfrutando como un niño del camino, sacando fotos y
memorizando cada bosque, cada valle y cada paisaje, comprendí una
cosa; no eramos peregrinos de verdad. Una anécdota que sucedió un
día antes de empezar desde Saria me lo dejó muy claro. La contaré,
para que los que quieran hacer el camino como peregrinos, y no como
turistas, sepan lo que es; pues dice mucho de su significado.
Cando planificamos el viaje en coche
desde Barcelona, y para que no se hiciese tan pesado, pues eran casi
mil kilómetros, decidimos que pernoctaríamos en Burgos. Fue una
muy buena decisión, pues al salir temprano desde nuestro origen,
llegamos a la hora de comer a Burgos; pudiendo pasar todo resto del
día y parte de la mañana siguiente, conociendo aquella maravillosa
ciudad; su catedral, su gastronomía y sus paseos abiertos y
ajardinados. Pero la anécdota no sucedió allí. De camino a Sarria,
mi compañera y princesa de los viajes deseaba desviarse de la
carretera nacional y pasar por La Cruz De Ferro, en los montes
Aquilanos,
en pleno corazón del
Bierzo y a casi 1500m de altura sobre el nivel del mar.
Para llegar hasta allí, hay que
hacerlo por una carretera secundaría bastante mala y con una dura
subida después. A pie, para los que ya ha recorrido tantos
kilómetros desde alguna de las rutas del camino, es un auténtico
suplicio. Nosotros subimos en coche, y solo de ver como los
peregrinos subían aquellas cuestas a pie o con bicicleta, ya me
dolían las piernas.
Allí pasamos un buen rato, admirando
las vistas y retratando el momento. Cuando nos disponíamos a partir,
ya con el motor en marcha, un chico joven que cojeaba
ostensiblemente, se nos acercó a la ventanilla del coche, parecía
un esguince aquello que sufría. Nos pidió, por favor, si podríamos
llevarlo a Ponferrada, pues si lesión le impedía seguir a pie. Nos
ofreció dinero, pero yo, por supuesto, lo rechacé. A pesar de que
llevábamos el maletero lleno y haciendo malabares, pudimos meter la
enorme mochila y una guitarra. Durante el descenso por aquella
carretera llena de curvas imposibles, nos explicó que era un
ingeniero técnico italiano, concretamente milanés. También lo
apenado que estaba por no poder continuar y, claramente invadido por
la emoción y la nostalgia, algunas cosas que le habían pasado
durante su camino desde el País Vasco hasta la Cruz de Ferro.
Después de recorrer unos diez o quince kilómetros a muy baja
velocidad por en sinuoso trazado montañoso que bajaba a
Ponferrada, el chico, del que ahora no recuerdo su nombre, me pidió
que parase porque quería seguir a pie. Había estado unos minutos en
silencio meditando aquella decisión. Intenté convencerlo para que
no siguiese, pero me explicó que se sentía mal y culpable por no
continuar.
A pesar de no saber el alcance de su
lesión o el destino incierto que le esperaba, decidió continuar. Lo
dejamos allí, a la vereda del camino, con un cielo que amenazaba
lluvia, con su guitarra y su pesada mochila; respetando una decisión
de alguien que estaba seguro de lo que quería. Quizás había
comprendido el verdadero sentido del camino, o tal vez, solo quería
superarse a si mismo y conocer sus limitaciones. En cualquier caso,
aquel joven, era un auténtico peregrino; nosotros, solo turistas.
En Melide
Llegamos temprano y no demasiado
cansados. Sobre la una nos encontramos cruzando el puente de
Furelos, donde no era difícil imaginar el trasiego de carros en
épocas pasadas, pues nada a la vista, más que el atuendo de los
peregrinos y algunas casas modernas, recordaba la época actual. La
visión de este puente es evocadora de tiempos mediabales. Su estado
de conservación, teniendo en cuenta el tiempo que lleva allí viendo
pasar peregrinos, era sorprendentemente bueno, nadie diría que lleva
siete siglos sobre el río.
Después de recrearnos un poco la vista
y hacernos algunas fotos junto a las casas de tejado de pizarra, como
buenos turistas, nos adentramos en lo que parecía la parte vieja del
pueblo. Calles empinadas, casas de piedra y gentes formaban el
paisaje idílico de un pueblo tranquilo, nada que ver con el ritmo
caótico y frenético de los lugares que normalmente habitamos
nosotros, Lamentablemente, no tardamos en volver a entrarnos en el
siglo XXI, cuando nos acercamos a la nacional. Toda la parte moderna
del pueblo de Melide ha crecido a lo largo de ella. Es una de esas
estupideces que se hacen cuando se construye sin sentido ni
planificación. Allí es donde estaba nuestro hotel, un edificio como
casi todos los edificios modernos construidos en un pueblo plagado de
historia, feo y fuera de lugar. No obstante, para descansar del
viaje, eso no importaba demasiado, aunque molestaba. Después de
acomodarnos y quitarnos el polvo del camino, nos dirigimos carretera
abajo para encontrar alguna de las famosas pulperías por las que es
famoso este pueblo, y vaya que si la encontramos y comimos bien. La
verdad es que tiene bien ganada su fama este pueblo. Por apenas 12€
por persona, probamos lo mejor de los productos de la gastronomía
gallega, quedando completamente saciados y preparados para aguantar
lo que fuese, claro esta, que solo después de una buena siesta,
porque el estómago pesaba de verdad..
Cuando terminamos de digerir el
tremendo atracón, volvimos para visitar el centro del pueblo. En
esta ocasión, con más tiempo para poder disfrutar de una buena
cerveza en una terraza tomada sin prisa. Lástima, que los problemas
musculares que mi compañera de fatigas arrastraba, no le permitieron
demasiadas alegrías, yo por el contrario, con mi hija si visité
gran parte del pueblo, incluyendo la iglesia de Santa María, en la
que puse el sello de los tres después de conversar un poco con el
párroco, una persona culta y agradable que me hablo un poco de la
historía y de sus vivencias.
Sé que puede que el hecho de estar
lejos de casa nuble mi juicio para evaluar la calidad humana de la
gente, pero no dudo al decir, que todas los gallegos con las que
hablé eran amables y abiertos, gente de bien dispuesta ayudarte a
encontrar el lugar, dispuestas a explicar y conversar sin importarles
tu procedencia. Supongo que eso es parte de vivir en un lugar donde
va tanta gente de paso y de tantos lugares distintos. Eso si, no
preguntes cuanto queda para llegar, porque todos te dicen que falta
poco.
De Melide a Arzua 14Kms
Ya no nos resultaba extraño
levantarnos con el sol y ponernos a caminar, era una rutina que
llevábamos tres días realizando. Desayunar, cargar la mochila y
coger el callado, se había convertido ya en costumbre. Sin darnos
cuenta, nuevamente estaríamos en el camino y ante nosotros la
exuberancia de las tierras gallegas; a esto nunca se acostumbraron
mis sentidos. Siempre me sorprendía un paisaje, un lugar, la gente;
era algo a lo que jamás podría llegar a ver como algo trivial. Si
hay algo que me enseñó esta aventura, es que cuando estamos
asentados en un lugar dejamos de sorprendernos por las cosas que nos
son familiares; vivimos sin vivir realmente. Solo cuando salimos de
de ahí, nos damos cuenta de la gran capacidad de absorción de
nuestros sentidos, y el camino de Santiago ejerce un poder mágico,
si se puede llamar así, para que te des cuenta de tus habilidades de
recordar y sorprenderte.
Por la distancia y la orografía
sabíamos que no iba ha ser un tramo difícil, casi un paseo
comparado con anteriores tramos. Sin demasiadas cuestas avanzamos
entre abedules y castaños. Disfrutando de vistas y lugares idílicos,
siempre acompañados por riachuelos de agua trasparente y clara.
Ribadiso, Castañeda y Boente fueron los pueblos que tuvimos que
atravesar, todos ellos con encantos y servicios para el peregrino y
lugares donde recrear la vista. Ribadiso, al que llagamos por un
puente precioso construido en siglo XII, tenía una casa de piedra
muy bonita, que después descubrimos que antes fue un antiquísimo
hospital para peregrinos y luego rehabilitada como albergue. Este
tipo de construcciones están presentes en todo el camino.
Aquí quiero hacer un inciso:
Sabemos que el camino de Santiago es de
origen religioso, concretamente cristiano, y puede que muchas
personas que no lo son o que están en contra de esta religión, cosa
que entiendo pero no comparto, tengan prejuicios a la hora de
ponerse en el camino. Pero no cabe duda, que al margen del carácter
religioso del camino o de las circunstancias de las personas que se
proponen hacerlo, tiene algo mágico que trasciende a lo religioso y
te sumerge en la espiritualidad. Al margen de la fe y las creencias,
los que pasaron por estos lugares de culto, tenían un gran amor por
la belleza y pusieron ese amor en cada una de sus edificaciones y
lugares del camino donde estuvieron, dando como resultado de conjunto
una autopista hacia la reflexión y la meditación contemplativa. Las
gentes que pasan por allí, van dejando su estela y sentimientos,
impregnando el camino de sensaciones que queda para ser sentidas por
los que lo realizan después.
No son pocos los que se aprovechan
comercialmente del camino ni tampoco los que lo ven como un
negocio, pero los que caminamos con la mente abierta por esos lugares
podemos ver su magia . No es solo el camino, ni los lugares, ni la
gente, sino el el conjunto de todo ello lo que hace de este trayecto
algo especial, sin tener en cuenta las creencias religiosas que
proceses o si no las tienes. Yo, como budista practicante de hace
muchos años, no puedo hacer otra cosa que respetar a aquellos cuyas
creencias son diferentes a las mías, sin embargo, nunca entenderé,
aunque los respete, los prejuicios de gentes que no han vivido la
experiencia. Desde luego no me convertí al cristianismo por el
hecho de hacerlo, pero si me hizo más humano; y esto es extrapolable
a cualquiera que lo haga, sea cual sea su condición o creencia;
siempre y cuando esté predispuesto a sentir el camino.
En Arzúa
Serían muchos los lugares que
hubiésemos tenido que visitar en este entrañable pueblo y no
visitamos. La iglesia de Santiago de Arzúa, capilla de la magdalena
y otros muchos enclaves quedaron sin ser visitados. LA escusa siempre
es el cansancio. Lo único que quieres es comer y echar la siesta. No
fue nada fácil hacer lo segundo en esta ocasión, pues una excursión
de chavales con la que coincidimos en varias etapas del camino corría
sin control por los pasillos del hostal sin que los padres hiciesen
nada. Al final, mi compañera harta de tanto escándalo que le
impedía dormir, tuvo que llamar a la recepción del hotel. Los niños
son niños, pero los padres son adultos, y aveces lo olvidan.
Por la tarde, entonces si, pudimos dar
una vuelta por el pueblo y visitarlo con tranquilidad. Nuevamente, y
esto lo tengo que resaltar, la amabilidad y el cariño de las gentes
se hicieron patentes. Galicia es un lugar maravilloso, plagado de
lugares idílicos que merecen la pena; hagas o no el camino. Envidio
sanamente su naturaleza y sus ríos y la tranquilidad que se respira
en sus pueblos, tan diferentes del sitio donde vivo.
De Arzúa a Pedrouzco 20Kms
Cuando ya llevas unos días caminando
entre cinco y nueve horas diarias, el cuerpo empieza a reaccionar
positivamente al esfuerzo. Al menos yo, ya casi no sentía las
agujetas y parecía que mis pies caminaban sobre el aire. No puedo
decir lo mismo de mi mujer, pero si de mi hija, que los primeros días
estuvo a punto de derrumbarse y ya caminaba en vanguardia, dejándonos
muchas veces atrás; bendita juventud.
En el camino te topas con diferentes
personajes, algunos pintorescos. En etapas anteriores ya habíamos
coincidido con tres personas, un señor que rondaría los sesenta y
cinco o setenta con su mujer, de similar edad, y la que parecía su
nieta que les acompañaba. Nos pareció hermoso que ver como unos
abuelos acompañaban a su nieta, que imagen más bonita, pensamos.
Pero pasados unos kilómetros vimos una reacción del abuelo que no
tenía ni pies ni cabeza: Es costumbre de los caminantes dejar encima
de los mojones que indican los kilómetros que faltan hasta
Santiago, objetos que le recuerdan a cosas negativas de su pasado y
que quieren olvidar, al menos eso creo. Este hombre, cuando pasaba al
lado de uno de estos mojones llenos de objetos, sin reparo ni respeto
alguno, arrojaba al suelo con su bastón los objetos, y además lo
hacía con ira. No sabemos con certeza si se trataba de un
fundamentalista religioso del Opus dei o algo así, pero no nos
quedo duda de su falta de respeto a los demás. No era solo que
tirase al suelo los objetos, sino que los dejaba en el sin ninguna
consideración. Siempre me quedará la duda de los motivos por los
cuales actuaba de tan extraña forma. También nos encontramos con
lo que parecía una congregación de alguna orden masónica alemana.
Lo supimos por las cruces que portaban. En nuestra primera etapa, una
mujer de este grupo se dio un buen testarazo, pero a pesar de las
heridas llegó hasta el final del camino. Al igual de el
limpia-mojones, que lo vimos en la catedral de santiago, rezando
junto a un grupo de hombres de aspecto extraño. De ahí es donde
sacamos la conclusión que pertenecía a algún grupo radical, puesto
que las vestimentas eran muy similares. Entre este hombre y el
peregrino italiano, que a pesar de la torcedura de tobillo quiso
seguir a pie, hay todo un abanico de personas, que por diferentes
motivos estaban con nosotros haciendo el camino.
En Pedrouzco
Llagamos tarde como era de esperar,
pero no demasiado cansados. En esta ocasión disponíamos de un
alojamiento que pudimos calificar como el mejor lugar para dormir y
descansar en el que estubimos. Un viejo molino rehabilitado como
hotel llamado el Moino de pena. Un sitio tiene con encanto especial,
no solo por tener un río al lado y ser un molino, sino por su jardín
botánico natural. Un camino que discurría a la vera del río, de
naturaleza exuberante cuyo único indicio de que era un jardín eran
los letreros informativos de las diferentes especies de árboles y
fauna.
Con los pies sumergidos en las aguas
frías del riachuelo o sentados en una hamaca al lado del mismo,
pasamos una tarde tranquila y relajada. Si cerrabas los ojos y
prestabas atención a tu olfato, miles de aromas de la naturaleza te
inundaban, mientras que tus oídos escuchaban el rugir tranquilo del
agua saltando entre las piedras y el zumbido ocasional de las
libélulas haciendo acrobacias sobre el agua. Unas libélulas, por
cierto, de colores estrambóticos, verdes, violetas, algo que nunca
había visto. Era sorprendente el nivel de conservación de la
originalidad del molino, trasformado en una pequeña estación
hidroeléctrica oculta para no alterar el molino ni el entorno. En el
interior un pequeño museo conservaba la maquinaria original y los
enseres y herramientas del molinero.
En un comedor que inspirado en la
época, disfrutamos de una de las cenas más suculentas y bien
presentadas que hemos comido nunca. Una mezcla de sabores
tradicionales de Galicia presentados con maestría por una cocinera
excelente. Cierto que no resultó nada barato, pero la experiencia
gastronómica valía su precio en oro. Al anochecer la ausencia de
contaminación lumínica, un cielo plagado de estrellas sirvió de
escenario conversar con los huéspedes alemanes, que a duras penas
pude pudimos con un pobre inglés y su acento marcadamente alemán.
No visitamos Pedrouzco, puesto que nos recogieron cuando llegamos y
hubiésemos tenido que recorrer un buen tramo para hacerlo; el hotel
molino estaba muy lejos del pueblo. Pero la verdad es que en esta
ocasión no me importó mucho. Al fin y al cabo, la consideramos como
una etapa de descanso antes de salir hacia Santiago.
Ultima etapa Arzúa Santiago 19 Km.
Llegábamos al final y la tristeza se
juntaba con la alegría. Por un lado el camino sabía a poco, por
otro, sabíamos que por la tarde y antes de que el sol comenzase a
bajar en el horizonte, estaríamos en Santiago. El paisaje se hacía
mas denso en población y había menos presencia de bosque. Granjas
de vacas y su peculiar aroma, predominaba frente a la naturaleza. Los
caminos, mucho más transitables y con más asfalto que tierra, ya no
eran tan bonitos. Se podía intuir la cercanía de Santiago porque
atravesábamos polígonos industriales y el número de peregrinos
crecía y casi se masificaban los caminos. Era palpable y se podía
ver la emoción en sus rostros, al igual que el agotamiento por
tantos días de camino. Algunos de ellos llegaban desde sitios mucho
más remotos que nosotros. País Vasco, Asturias, Francia, quien sabe
si más lejos.
Sobre la una alcanzamos alcanzamos el
monte del gozo, a solo 5 kilómetros de nuestro objetivo. Desde allí,
y por primera vez pudimos ver las torres de la catedral, lejos en el
valle. Después de descansar un poco y disfrutar de las vistas
comenzamos el descenso hasta la capital del santo en busca del final
del trayecto. Después de haber atravesado pedregales y polvorientos
caminos, a nuestros pies le resultaban extrañas las aceras. Volver a
la moderna ciudad se hacía duro y casi frustrante, quizás porque
esperaba encontrarme con un pueblo medieval, gaiteros esperándome,
no sé... La imaginación cuando caminas se hace caprichosa y es muy
dada a inventar escenarios de tu llegada; pero mi imaginación no
estaba tan equivocado. Después de un tramo interminable por el
moderno Santiago por modernas avenidas y jardines bien cuidados, la
arquitectura cambió y entramos en el casco antiguo de la ciudad. Y
como imaginé, me vi envuelto por su arquitectura medieval.
Enormes edificios de piedra, iglesias y estrechos callejones acompañados de un ambiente bullicioso, plagado de peregrinos, mercaderes y turistas. No faltaron las gaitas en la entrada triunfal de la plaza del Obradoiro. Se me considera un hombre frío, muy poco dado a expresar mis sentimientos y mucho menos a llorar. Pero lo que sentí al cruzar la puerta y verme frente a la catedral, en medio de la plaza, fue tan fuerte que no pude retenerme ni controlar las lágrimas, de la misma forma que lo hicieron mis acompañantes y casi todo el que llegaba allí. La imagen de aquella maravilla arquitectónica y esa grandiosa plaza, es algo que no se puede describir con palabras. No importa la religión que proceses ni tus convicciones, ante esta visión majestuosa caen todas tus murallas emocionales. Cientos, quizás miles de peregrinos se la ocupan, se abrazaban y lloraban de una alegría incontenible.
Enormes edificios de piedra, iglesias y estrechos callejones acompañados de un ambiente bullicioso, plagado de peregrinos, mercaderes y turistas. No faltaron las gaitas en la entrada triunfal de la plaza del Obradoiro. Se me considera un hombre frío, muy poco dado a expresar mis sentimientos y mucho menos a llorar. Pero lo que sentí al cruzar la puerta y verme frente a la catedral, en medio de la plaza, fue tan fuerte que no pude retenerme ni controlar las lágrimas, de la misma forma que lo hicieron mis acompañantes y casi todo el que llegaba allí. La imagen de aquella maravilla arquitectónica y esa grandiosa plaza, es algo que no se puede describir con palabras. No importa la religión que proceses ni tus convicciones, ante esta visión majestuosa caen todas tus murallas emocionales. Cientos, quizás miles de peregrinos se la ocupan, se abrazaban y lloraban de una alegría incontenible.
En Santiago de Compostela, La lección
aprendida.
No fue tanto el llegar al final como el
hecho de recorrerlo lo que hizo del trayecto algo único para
aprender y vivir nuevas experiencias. La lección más importante que
saqué es que somos demasiado inmovilistas, apegados a una vida
mundana que no sacia nuestras ansias de conocer ni experimentar
sensaciones. Me pregunto que tendría de malo ser un errante
vagabundo que recorre el mundo experimentando lo mejor de cada
lugar. Conociendo la cultura y las costumbres de cada sitio visitado.
Pongo en una balanza lo que conocí en apenas seis días de camino y
lo que aprendí en un año viviendo en mi vida habitual y no
comparación. Se me hizo corto hasta el punto de querer seguir, no
haciendo este camino, sino recorrer el mundo así, caminando con lo
puesto. Por desgracia, el mundo no está hecho para errantes. Las
fronteras, la desconfianza, el egoísmo y la mandad de muchos
hombres han hecho de este mundo un lugar hostil para personas con
este deseo. La sociedad que hemos creado nos conduce
irremediablemente al apego, y por tanto, al inmovilismo que anula
nuestro deseo de aprender. Es una forma muy triste de aprovechar este
regalo que es la vida. Algunos, muy pocos, se atreven a comprar un
velero y recorrer el mundo, otros deciden ser errantes y bohemios,
es tan solo una cuestión de decisión y coraje que muy pocos están
dispuestos a hacer frente.
Dejando atrás mi melancolía, no más
me queda decir apenas una palabras sobre Santiago. Al igual que
otras ciudades históricas que he visitado, como Salamanca, Toledo,
Segovia o Córdoba, El Cairo, Berlín y otras muchas que me dejo,
Santiago está cargada de monumentos y sitios emblemáticos. Serían
necesarios muchos días para visitarlos todos y disfrutar de amplia
oferta de cultura y gastronomía, algo que cuando vas con el reloj
puesto es imposible hacer. Cuando viajas con la intención de
aprender de los lugares que visitas, comprendes que las fronteras no
deberían existir, que la diferencia entre culturas no es sinónimo
de país o estado, sino de formas de entender la vida, que se adapta
al lugar y el entorno. Es una buena forma de curar esa enfermedad
llamada nacionalismo.
Santiago es ante todo muy cosmopolita y
acogedora. Su casco antiguo, plagado de comercios y restaurantes,
sobre todo por la noche, te trasladará a otros tiempos. Al igual que
Ciudad Rodrigo, esperaras encontrarte a dos espadachines con su capa
y sombrero de ala ancha en duelo en uno de sus callejones. Calles
empedradas hechas para pasear tranquilo. Solo una noche estuvimos,
pero supo a poco. Por la mañana, ya con nuestra compostelana y no
muy temprano, abandonamos el lugar en autobús hacia Saria. La
distancia que tardamos seis días en recorrer, en apenas hora y
media se consumió para frustración nuestra. Una vez en Saria,
recoger el coche y volver a la vida mundana y la rutina esclava.
Quien sabe si volveremos, ganas no nos sobran, pero tiempo y
valentía...
Nota del autor: Algunas imágenes no se corresponden con el lugar, es complicado elegir entre el sinfín de fotografías elegir las adecuadas. Con el tiempo añadiré más y las ordenaré. Espero que os haya gustado este viaje.
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