Pero entrando en la realidad de las cosas y alejándolos un poco de las metáforas; hablemos de Vox y de su espectacular auge en las urnas andaluzas. Este partido político, populista y demagogo, tiene ideas que no son del gusto de muchos, pero es una opción tan respetable como las ideas de los secesionistas, los que quieren la vuelta a la república o los que quieren imponer un régimen bolchevique. En democracia, todas las ideas son respetables, pero es el pueblo el que decide cual es válida y cual no. Así es la democracia, o al menos eso pensábamos antes de que algunos la entendiesen de otra manera. Porque para algunos, la democracia solo es buena si triunfan sus ideas u opción política, en caso contrario ya no lo es tanto. Tan mala es en esos casos, que se sienten legitimados para intentar ganar en las calles lo que no han ganado en las urnas, algo que siempre trae malas consecuencias. Se retratan así estos supuestos demócratas, que curiosamente se jactan, no solo de ser los más demócratas del mundo mundial, sino de estar en posesión de una superioridad moral indiscutible. Estos mismos, que nada más saberse el resultado de las elecciones andaluzas, como antaño, llaman a luchar en las calles contra un supuesto fascismo de derechas, que no es más que su imagen reflejada en el espejo. Son muy hipócritas al no reconocer que son ellos los auténticos fascistas, al menospreciar a parte de la población, insultándoles y tratándolos de idiotas. Ellos no han reconocido ni uno solo de sus errores, como basar sus campañas electorales en el miedo al enemigo, en vez de plantear soluciones a la gente. Tampoco la tremenda contradicción que supone defender la unidad del país cuando el presidente de tú partido está aliado con aquellos que pretenden destruirlo, solo para poder permanecer en el poder.

Quizás dentro de muchos años, la gente estará preparada para ser demócratas de verdad y poder intervenir en la gestión de los recursos, la planificación de las ciudades y todas aquellas cosas que le atañen, sin representantes que conviertan su sentido común en pura estupidez y ambición personal. Hasta entonces, tendremos que esperar años para que un gobierno corrupto caiga, para evitar que un presidente usurpe la voluntad popular con engaños y no tenga consecuencias. Cuando llegue ese día, recordaremos con vergüenza estos días de circo político y luchas fratricidas por el poder. Quizás entonces llegaremos a ver personas que dediquen su tiempo a la política, sin perseguir las riquezas y la gloria del cargo, solo sirviendo al pueblo, mejorando su bienestar igual que el suyo propio, sin pedir más de lo que se pide en un buen trabajo.
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