La energía en el universo tiende a buscar el equilibrio. Cuando nace una fuerza, otra de signo contrario y de poder equivalente aparece para restablecerlo. De esta forma se mantiene la armonía de las cosas en la naturaleza; yo diría que es parte de su belleza salvaje. En la política sucede más o menos lo mismo. Cuando una fuerza política cae en el extremismo, otra de la misma fuerza y signo contrario aparece para oponerse. Así pues, se pude afirmar que Vox es la consecuencia del abono pestilente excretado por las fuerzas extremistas de izquierda; esos que nunca asimilaron que perdieron una guerra que ellos mismos empezaron. Se repite la historia con actores diferentes, pero es la misma escena. Parece que, de la misma manera que el orden natural se rige por ciclos repetitivos, lo haga también la escena política; diferentes actores pero misma obra macabra en la que la mayoría estamos inmersos, como actores secundarios y pusilánimes.
Pero entrando en la realidad de las cosas y alejándolos un
poco de las metáforas; hablemos de Vox y
de su espectacular auge en las urnas andaluzas. Este partido político, populista y demagogo, tiene ideas que no son del
gusto de muchos, pero es una opción tan
respetable como las ideas de los secesionistas, los que quieren la vuelta a la
república o los que quieren imponer un
régimen bolchevique. En democracia, todas las ideas son respetables, pero es el
pueblo el que decide cual es válida y cual no. Así es la democracia, o al menos
eso pensábamos antes de que algunos la
entendiesen de otra manera. Porque para
algunos, la democracia solo es buena si triunfan sus ideas u opción política, en caso contrario ya
no lo es tanto. Tan mala es en esos casos, que se sienten legitimados para intentar
ganar en las calles lo que no han ganado en las urnas, algo que siempre trae malas consecuencias. Se retratan así estos
supuestos demócratas, que curiosamente se jactan, no
solo de ser los más demócratas del mundo mundial, sino de estar en posesión de
una superioridad moral indiscutible. Estos mismos, que nada más saberse el
resultado de las elecciones andaluzas, como antaño, llaman a luchar en las calles contra
un supuesto fascismo de derechas, que no es más que su imagen reflejada en el espejo. Son
muy hipócritas al no reconocer que son ellos los auténticos fascistas, al
menospreciar a parte de la población, insultándoles y tratándolos de idiotas.
Ellos no han reconocido ni uno solo de sus errores, como basar sus campañas
electorales en el miedo al enemigo, en
vez de plantear soluciones a la gente. Tampoco la tremenda contradicción que
supone defender la unidad del país cuando el presidente de tú partido está aliado
con aquellos que pretenden destruirlo, solo para poder permanecer en el poder.
Era todo un poema de tragedia griega el rostro de Susana
Díaz, vapuleada por un pueblo harto de tanta corrupción y palabrería barata. La
reina de la vacuidad fue destronada por
su mala gestión, por su pertenencia a un partido político incoherente y
presidido por un tipo mentiroso y acompañado de un séquito de inmorales, que
evaden impuestos y mienten. Las cosas son así Susana, y debes marcharte y
respetar la voluntad del pueblo. Así es esta democracia imperfecta, que permite
el engaño del pueblo durante años. Pero todo tiene un límite y se ha rebasado con
creces.
Quizás dentro de muchos años, la gente estará
preparada para ser demócratas de verdad y poder intervenir en la gestión de los recursos,
la planificación de las ciudades y todas aquellas cosas que le atañen, sin
representantes que conviertan su sentido común en pura estupidez y ambición
personal. Hasta entonces, tendremos que esperar años para que un gobierno
corrupto caiga, para evitar que un presidente usurpe la voluntad popular con
engaños y no tenga consecuencias. Cuando llegue ese día, recordaremos con vergüenza
estos días de circo político y luchas fratricidas por el poder. Quizás entonces
llegaremos a ver personas que dediquen su
tiempo a la política, sin perseguir las riquezas y la gloria del cargo, solo
sirviendo al pueblo, mejorando su bienestar igual que el suyo propio, sin pedir más de lo que se pide en un buen trabajo.
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