La dirección
auto-destructiva de la sociedad no es producto de la casualidad, sino
de la intencionalidad. Durante mucho más tiempo del que pensamos,
la élite política y financiera, fundamentalmente está última,
con la colaboración de unas instituciones educativas sordas, ciegas
y obedientes, han conseguido idiotizar la sociedad hasta hacer que
esta permanezca impertérrita ante un peligro que ya no es capaz de
ver. Gracias a la ingeniería social capitalista, de Keynes y demás
predicadores y charlatanes del materialismo más radical, la
educación, como todo lo humano, ha tomado un rumbo de inexorable
caída hacia el clasismo y la decadencia. La diferencia entre la
educación común y la de los hijos de los oligarcas es abismal. Pero
ni siquiera la clase pudiente se salva de la quema en estos tiempos
de oscuridad. De la misma forma que se conduce a un obrero a su
destino, se educa a la clase pudiente a ocupar su estatus en la
cadena de mando, con la clara intención de prevenir posibles fugas
en el sistema de jerarquías, tan bien planificado como
deshumanizado.
Como he dicho antes
y me reitero, esto no es fruto de la casuística, esta educación se
ha diseñado y puesto en funcionamiento con intencionalidad y
alevosía; podría decir sin temor a equivocarme, que se trata de
una de las conspiraciones más evidentes de todas las que hay.
Los motivos por los
que se ha idiotizado a la sociedad se hacen patentes en las
elecciones o en cualquier encuesta sobre política. Julio Anguita,
con el que comparto algunos pensamientos, dijo en uno de sus
discursos recientes dijo: A los que más temo no son a los
neoliberales, sino a los que dicen que pasan de política y no acuden
a las urnas o votan siempre a los mismos, aunque estos les roben o
les perjudiquen. Julio no habló del porqué sucede esto, pero
conociendo el nivel cultural y la educación recibida por esta
generación de pasotas instrumentales, es fácil intuir la causa de
su temor.
Julio Anguita, como
otros políticos de la vieja escuela, son hombres cultos. Hoy en día,
tener cultura, utilizar palabras antiguas o retórica, más o menos
culta, es casi tanto como ser un bicho raro. No hace demasiado tiempo
intelectuales y poetas se reunían en los cafés de las ciudades para
discutir, no solo de política, también de arte y de cultura en
general, casi de la misma forma que lo hacían los senadores en Roma
o la antigua Grecia. Si comparamos aquellas mentes elocuentes y
claras con lo que hoy podemos escuchar en cualquier bar, nos daremos
cuenta enseguida de nuestra pérdida.
En menos de
cincuenta años, hemos pasado de tener convicciones morales a ser
amorales, de cuidar a nuestros hijos a ceder su porvenir a una
sociedad enferma y decrépita, de tener universidades independientes
a universidades que trabajan para crear engranajes y piezas para
sostener un sistema absolutamente perecedero. Las Universidades ya no
forman personas, forman máquinas.
Enfrentarse al
peligro es de valientes, pero ignorarlo es de idiotas. El peligro que
se cierne sobre esta sociedad sociedad, que a renegado de su
historia, de la cultura y del conocimiento, es la sumisión al
totalitarismo. Un individuo sin capacidad crítica, incapaz de
percibir el peligro, incapaz de reconocer lo que significa la
libertad, es permeable a todo tipo de engaños que provengan del
poder, algo que cada vez se hace más patente.
Quien controla la
educación de un pueblo tiene en su mano el futuro de éste, y se da
el caso que nuestro futuro está en manos de unos irresponsables,
incapaces de ver el resultado de una sociedad empobrecida, incapaz de
rebelarse ante el poder. Que fácil va ha ser para futuros déspotas
hacerse con el control de una sociedad desprovistas de armamento
intelectual para defenderse.
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