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miércoles, 30 de enero de 2019

La opulencia


“Podéis ser felices sin opulencias, podéis ser morales sin virtud. Gracias a la sobriedad se vive felizmente, pues se puede prescindir de todo. Este es el también el camino más corto  hacia la moralidad, ya que al no tener necesidad alguna tampoco albergaréis ningún deseo y  todas vuestras acciones serán morales. Así pues, quien practique la sobriedad, no le costará ningún trabajo ser honrado, pues sus acciones carecerán de ambiciones egoístas y deseos malsanos.” 

 Estas palabras de Diógenes las asumo como propias por estar cargadas de razón. Son palabras  coincidentes por lo dicho siempre por  grandes maestros y sabios como Siddahartha Gautama o Jesús de Nazaret. Ellos,  no solo proclamaban la sobriedad como el camino hacia la felicidad, sino que lo practicaron, siendo su vida un ejemplo de  moralidad y virtud.  
No hay que meditar mucho para llegar a la conclusión de que en ausencia de deseo es más sencillo hallar la felicidad, pues quien no desea no tiene necesidad, y sin necesidad no hay preocupaciones que compliquen nuestras vidas, más allá de nuestras necesidades vitales o aspiraciones espirituales. En tal estado, solo anhelamos el bien y logros positivos que nos hagan mejores personas.  Pero por desgracia, como dijo otro gran sabio “No está en la naturaleza de los hombres los vicios, pero es proclive a caer en ellos”. Así que hay que tener cuidado, porque es como muchos hombres de profundas condiciones morales, acabaron cayendo en la hipocresía más vergonzante.

Tenemos grandes ejemplos el los políticos que se aferraron a una ideología y que hicieron suya porque parecía la solución del mundo. Esos  acabaron presos del deseo de forzar a los demás a asumir que sus creencias eran las mejores, convirtiéndose en monstruos que antepusieron sus deseos al bienestar del pueblo y provocando terribles desgracias. Probaron el poder y el dinero y les gustó. Siendo presos de la opulencia corrompieron sus ideales y pudo más la avaricia que la razón. Después de eso la corrupción pasó  a ser su forma de vida; jodiendo a los demás y olvidándose de los que les trajo hasta allí.
Fue conocido por los sabios, en algunos desde el primer minuto de su iluminación y otros después de muchas reflexiones, que pocos hombres que vivían en la opulencia eran morales, porque la opulencia es una enfermedad, que a la larga causa dolor y sufrimiento, no solo ajeno, sino propio también. Es el deseo y el aferramiento lo que hace inmoral al hombre.  Sabían como nadie, que esto daña el alma tanto como el cuerpo y  a la vez que a todos los que se ven influenciados por ellos. Ciertamente no es necesario pensar mucho sobre todo esto para darse cuenta del mal que hace tal cosa, nos basta observar  a nuestro alrededor y ver los estragos que la opulencia está causando en el planeta y  a su equilibrio natural, es un mal endémico de nuestra sociedad. Si observamos con ojo crítico, veremos  como la ambición enfermiza convierte a los hombres en contenedores vacíos de alma y sentimientos, incapaces de percibir el dolor que causan a su alrededor.

La terrible desgracia que nos asola en nuestros días y puede que antaño también, es que estos enfermos,  de deseos insaciables y cegados por  la opulencia, son, en más ocasiones de las que nos gustaría,  los que ascienden al poder.  Mientras, la gente honrada y los nobles de corazón,  al carecer de ambiciones malsanas y no  desear nada para sí, no aspiran al poder, quedando a merced de estos enfermos.

La felicidad está en las cosas pequeñas del día a día, está en la ausencia de preocupaciones y entre las personas que te aman. La felicidad esta en un soplo de brisa, en la sensación de la hierba fresca rozando la planta de los pies o la arena de la playa. La felicidad está en ausencia del pensamiento que encierra nuestra alma entre millones de preocupaciones y miedos. Alejaros pues de la basura mental, liberaros  de la opulencia.

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