La corrupción es un
mal endémico de la sociedad sometida al imperio del dinero. Pero el
ser humano tiene muchas otras facetas, y me pregunto si el hecho de
vivir en este imperio, donde el beneficio a corto plazo es lo que
manda, hace que salga lo peor de nosotros. Cierto que es una
cuestión de decisión o libre albedrío inclinarse por la bondad o
la maldad, ambas cosas forman parte de nosotros, pero hasta que punto
influye el entorno, es una cuestión que cabría plantearse,
principalmente porque no se puede separar el ser del entorno, ya que
ambos están estrechamente ligados.
Hay personas
predispuestas a ser corruptas y malvadas, y muchas de ellas llegan al
poder con la intención clara de sacar provecho de su condición; de
estos no quiero ni hablar, pues es evidente cuales son sus
pretensiones. Pero también hay personas que entraron en la política
para hacer de este mundo algo mejor para todos. Siendo así, es
posible que algunos de los más de veinte imputados en el reciente
caso de corrupción sucedido en España, así como otros innumerables
casos en instituciones políticas y financieras, estuviesen
protagonizados por buenas personas corrompidas por el entorno. En
tal caso, estaríamos hablando de personas buenas pero débiles o
carentes de la personalidad y de la fortaleza suficiente para no
sucumbir ante las tentaciones del poder o el dinero; algo para lo
que deberían estar preparados. Ellos sabían donde se estaban
metiendo. Dentro de un circulo donde contra más dinero, más poder
y más corrupción. Pero aunque no lo supiesen, ellos mismos lo
dicen “el desconocimiento de la ley no exhibe su cumplimiento.”
La historia de
algunos de estos pobres hombres buenos que se dedicaron a la política
y que luego se convirtieron en corruptos, es casi siempre la misma.
Llegaron jóvenes y llenos de ambiciones y sueños, captados en
alguna universidad o en los sindicatos, algunos con ideales y con el
propósito legítimo de hacer un mundo mejor. Pronto se dieron
cuenta que para alcanzar sus sueños necesitaban estar donde se
deciden las cosas, pero que para ello debían primero quitar a los
que estaban. Comenzaron a acostumbrase a usar la mentira, el ataque
personal y la manipulación para subir peldaños en la escalera.
Recibieron clases y aprendieron a encandilar al público, a prometer
cosas que sabían que no podían cumplir y mentir con honestidad,
como es habitual en la clase política. Así es como fueron
perdiendo su alma y olvidaron los motivos por los cuales empezaron su
carrera, convirtiéndose en unos enfermos de poder. Con cada peldaño
al éxito fueron acostumbrándose al mal y los grandes sueldos. No es
difícil imaginar como llegaron a corromperse. Sus débiles
convicciones morales y poca personalidad asimilaron que lo que
conllevaba hacer las cosas con mala intención aportaba rápidos y
suculentos beneficios. Primero fue el apartamento de soltero, después
la casita adosada, el chalet, los coches oficiales, la secretaria,
las tarjetas de crédito y los pagos por favores; mayores cuanto más
alto estaban en el escalafón del poder. Ni siquiera se dieron cuenta
de que se estaban convirtiendo en peones que jugaban para otros
intereses que no comprendían, actuando como robots de un sistema
perfectamente estructurado donde no hay cabida para los ideales o la
nobleza y si para la obediencia ciega al líder o a otros intereses
completamente alejados de la labor que debían hacer.
De un modo o de
otro, y a pesar de repetir una y otra vez que no generalicemos sobre
ellos, todos los políticos acaban pudriéndose y vendiendo su alma
en este lodazal de intereses económicos. El dinero es el cemento de
esta podredumbre y la corrupción el catalizador sin el cual este
sistema no funcionaría. Es un juego en el que solo se puede jugar
con posibilidades de ganar si las convicciones morales son
inamovibles, pero ese tipo de personas suelen terminar aburridas de
fracaso, envueltas en algún escándalo ficticio, repudiados por
quienes creían sus compañeros o peor aún, asesinados.
Cuando se descubre
un caso de corrupción como el que he mencionado antes, nos llena de
indignación como si el ciudadano de a pie no estuviese expuesto a
vender su alma por mucho menos de lo que vale la de un político. Si
fuésemos menos críticos con ellos y más con nosotros mismos, nos
daríamos cuenta de que nuestra alma y nuestras convicciones han
sido vendidas y compradas como una vulgar mercancía por muy bajo
precio. Hemos sido engañados tantas veces que deberíamos estar
escarmentados. En el fondo sabemos que este sistema está
funcionando gracias a nuestra colaboración incondicional, porque
hemos sucumbido a sus cantos de sirena y a sus mentiras. Nosotros
damos soporte y sustento a cambio de las migajas que les sobran; un
precio muy bajo por toda una vida de insatisfacción. En este caso no
puedo generalizar, pero es una gran mayoría la que apoya con su voto
a estos encantadores de serpientes. Sabemos que esto es así y no
hacemos nada por cambiarlo. Sabemos que no funciona ni es bueno para
nosotros y permanecemos inmóviles ante la injusticia.
Al igual que los
políticos, cuando somos jóvenes, al menos antes de que este sistema
también corrompiese los sueños de juventud con la educación,
soñábamos con vivir una vida haciendo aquello que se nos daba
bienestar, de lo cual nos sentíamos orgullosos y nos llenaba
plenamente. Pero pasó el tiempo y nos encontramos sirviendo a un
sistema que no nos gusta y nos degrada como personas, violando
nuestra libertad y derechos naturales, derechos merecidos por haber
nacido en este planeta; que es de todos y sobre el que nadie tiene
derechos exclusivos. Una gran mayoría de nosotros, y no los
políticos corruptos, permitimos con nuestro consentimiento y
aceptación que nos pongan normas cada vez más restrictivas, que nos
espíen y controlen como a ganado.
Cierto que fue una
responsabilidad de los políticos actuar para que todo esto no
pasase, pero también de aquellos que los votaron. Si, nos
engañaron, pero una y otra vez. No entiendo como queda una sola
persona que cree en este sistema. Nosotros somos los que acatamos
leyes injustas y pagamos impuestos abusivos que luego se reparten y
malversan, nosotros somos los que les damos nuestro voto confundidos
por sus caras campañas de publicidad pagadas con nuestros impuestos.
Ellos son egoístas y avariciosos, pero los que los votamos los
idiotas que les obedecemos y le reímos las gracias. Pero que bien
estamos frente a su televisión, viendo su entretenimiento,
escuchando sus mentiras o aterrorizándonos con temores infundados.
Despierta, nadie te
va a rescatar como a los bancos. Tú eres quien tiene el poder de
decisión, el que debe participar en política y tomar decisiones.
Los que manejan todo esto no quieren tu bienestar, quieren tu ruina y
que sigas impasible ante sus guerras y sus mentiras. Nos dividen para
controlarnos.
Ya no se puede parar
esto con sus reglas tramposas, con su falsa democracia amañada, hay
que dejar de lado todo esto, ignorar que existen y comenzar un nuevo
proceso constituyente desde cero, donde sea prioritario el bien
común, aboliendo el dinero y todo este sistema financiero, que solo
ha producido esclavitud y desigualdad social.
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