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viernes, 1 de febrero de 2019

La guerra de los lazos amarillos


Vivimos tiempos de confusión, en los que insultar o pegar al que no piensa como uno es un acto cívico, mientras que retirar basura o propaganda separatista de las calles  es un acto de fascistas. El cinismo de este  movimiento separatista catalán  no tiene límites a la hora de cambiar el sentido de las cosas para llegar a su presunta verdad. Resulta incomprensible que  todavía haya  gente que cree este discurso  rancio, victimista y pasado de siglo. Solo si les considera personas que han perdido el raciocinio o les falta un hervor, se puede llegar a comprender que lleguen a ser tan extremistas y poco razonables. 

Para manifestar su ideología e intentar convencer a los que todavía no hemos caído en sus mentiras, se dedica a llenar las calles de plástico amarillo, pancartas y otros tipos de basura semajantes. Cómo si no fuese suficiente basura la que ya hay en las calles mal cuidadas por los ayuntamientos, en los que algunos concejales están más  preocupados de difundir el mensaje separatista que de hacer sus labores.  No escapan parques, jardines o farolas; todo acaba lleno  de mierda. Fundamentalmente se trata de elementos plásticos no resistentes a la luz solar, por lo  que se acabarán disolviendo, yendo al mar y, finalmente servidos como complemento en nuestras comidas. 






Hartos de ver tanta basura sus calles y parques,  cientos de personas se aventuran en las noches oscuras a hacer el trabajo que deberían hacer los servicios públicos de limpieza. Debería ser considerado algo ejemplar y merecedor de reconocimiento;  es un acto cívico y ejemplar.El espacio público debería ser neutral en lo político. De la misma forma que no se permite fijar carteles en cualquier sitio o poner propaganda, es de sentido común que no se pueda colgar todo tipo de parafernalia nacionalista; es un insulto para la vista. Pero lejos de ser considerada una labor cívica, los medios de comunicación del régimen separatista, pues no se pueden llamar de otra manera,  se dedican a descalificarlos y tildarlos de fascistas, dejando claro su falta de coherencia  y sectarismo. De igual manera, con esta actitud, demuestran que consideran lícito confundir  la información con la opinión política; algo que denota  ser  gente que no cree tampoco en la democracia, ni en la separación de poderes y, por supuesto,  ni sabe lo que es el periodismo.

Está visto, que para algunos, la utilización de dinero público para hacer propaganda política, es algo también lícito. Hay que recordar, que la mayoría de los  medios de comunicación en Cataluña, son subvencionados, y por tanto afines a quien le paga. Se han convertido en difusores de ideología y propaganda, rezuman sectarismo y no reflejan la realidad de la sociedad plural catalana. La mayoría de sus directores y altos cargos, son de corte nacionalista, con los que la línea editorial de estos medios va siempre por el mismo sitio. Dan una imagen falsa de la realidad, al convertir  los medios de comunicación, en centros de propaganda  nacionalistas.  

Las autoridades, afines a esta religión nacionalista, mandan a la policía a identificar a la gente cívica y responsable que retira churros de plástico amarillo, mientras permite que los marranos ensucien las calles con ellos. Resulta sorprendente también, que estas mismas autoridades, se gasten el dinero público en llenar las ciudades de simbología fastizode y propaganda, con el beneplácito de gobierno central, que mira para otro lado mientras se agrede a buena parte de la ciudadanía a la vez que se gasta el dinero, que bien podría haber solucionado los problemas de cientos de familias que no tiene ni para encender la calefacción. Luego dicen que España les roba.      


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