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viernes, 8 de febrero de 2019

Una visión del uno de octuble del 2017


El día 1 de octubre de 2017 mucha gente engañada por los políticos secesionistas, creyó estar reclamando democracia y libertad en Cataluña. Lo normal, es que si tales derechos no existiesen, hubiesen sido restituidos al instante, pues ambos son derechos fundamentales a los que nadie se les debería negar. Pero la cosa no era tan clara ni tan justa como aparentaba o nos querían hacer creer a todos. Aquello que pedían ya lo tenían en realidad, en mismo grado que cualquier país de su entorno e incluso más, ya que viven en un país con una democracia bien consolidada. Lo que en realidad querían los secesionistas, cómo era normal,  era la independencia, pero no la independencia económica o un cambio que supusiese un bien común, con un proyecto alternativo claro para el pueblo; que  rompiese con el sistema del dinero fiduciario, por ejemplo. Lo querían era la independencia para gestionar las ganancias de sus latrocinios y tapar sus corruptelas del 3%.  Eso, aparte de ser una inmoralidad,  suponía la ruptura del marco de convivencia existente y un sinfín de problemas y gastos. Eran más inconvenientes para un pueblo ya cansado de ver tanta corrupción y pagar impuestos solo para obtener promesas incumplidas. Lo que pedían conllevaba la  pérdida de decisión, y por tanto la pérdida de la libertad de elección,  de millones de personas dentro y fuera de esa comunidad autónoma. Por supuesto, sería era algo ilegal e injusto en cualquier  país serio del mundo. Ese derecho democrático  es algo que incumbe a todos los que están dentro del  marco de convivencia, por lo que dicho marco no puede ser destruido sin el consentimiento de, al menos,   por mayoría absoluta de todos los afectados. Por otro lado, de haberse consumado, hubiese supuesto de  facto, perder lo que con tanto esfuerzo y sangre había costado, un marco de convivencia y un estado de derecho en una España, donde el sufrimiento, la guerra, el hambre así como el déficit democrático, había sido algo habitual hasta la llegada de esta constitución. Y por supuesto, de haberse consumado,   hubiese sido  algo  tremendamente injusto, que dos millones de personas hubiesen decidido sobre el futuro de cuarenta millones. 

Como sabían que este atropello  no la podía llevar a cabo, porque ni siquiera tenían el suficiente apoyo de su  propia población  y mucho menos la ley a su favor; decidieron hacerlo a las bravas, saltándose la ley. Por alguna extraña razón, llegaron incluso  a pensar que  la comunidad internacional iba a ver con buenos ojos aquello, que era una clara ilegalidad y una  injusticia sin duda alguna. Así, que sin más, llenaron de urnas los espacios públicos sin contraviniendo las advertencia de la justicia y del estado de derecho, utilizando su policía autonómica y dinero público para ello, como tantas otras veces, malversando lo que no era suyo. En esas urnas solo votó el 43% del censo y el 90% dijo si.  Pero claro, sin garantías ni un mínimo control que garantizase la limpieza del escrutinio de la votación. Los datos solo eran especulaciones muy poco fiables y de dudosa credibilidad. Se sabe que hubo fraude, que votaron a partir de los 16 años y extranjeros, con clara intencionalidad de inflar la participación y el resultado. Es lo que tiene hacer un referéndum ilegal, no hay medios confiables que garanticen que el resultado es real. Fueron  en unas elecciones hechas por ellos y  para ellos. Pero aún siendo reales los datos, solo 43% de participación no da legitimidad a nadie para hacer tan magno cambio en un país.  La mayoría de los ciudadanos respetaron la ley y no participaron en la farsa, y estos eran los que no estaban de acuerdo con la independencia y la votación ilegal. 

Los resultados de aquella votación fraudulenta, sirvieron como argumento al mocho, presidente  de la Generalidad, para legitimar la ruptura del marco constitucional existente, proclamando  una república  que duro apenas unos segundos; ya que después de soltar un discurso absurdo y lleno de victimismo,  se retractó inmediatamente, diciendo que había sido todo algo así como un experimento. Fue un acto de cobardía al que luego seguirían muchos más, como  su huida en el maletero de un coche a Bruselas,  dejando a sus compañeros con el culo al aire y listos para entrar en prisión. Como no podía ser de otra manera, todo el peso de la ley cayó sobre los cabecillas de la conspiración. Ningún estado reconoció aquella república creada sin fundamento legal y consecuencia de una votación sin garantías. 

Ese día fatídico, fue el día de la gran estafa democrática, en el que se consumó un acto criminal que podría haber tenido gravísimas consecuencias, de no ser porque la gente ya no es como en el treinta y seis, no hay armas cómo en Los Estados Unidos y somos más civilizados que antes de tener esta constitución. La justicia y las fuerzas del orden  actuaron para salvaguardar los derechos de todos, frente a una minoría que quería derribar el estado por la fuerza de los hechos consumados. También fue el día de la gran campaña propagandística. Una maquinaria de mentiras se puso en marcha y en radios y televisiones al servicio del secesionismo, al igual que en las redes sociales, comenzaron a difundirse noticias falsas, como la de que mil heridos habían sido atendidos en los hospitales o que a una chica le tocaron las tetas y le rompieron cuatro dedos de la mano. Se pasaron por los medios todo tipo de vídeos manipulados noticias falsas y disparates, con el fin de atraer el foco sobre un supuesto conflicto violento. Todo se demostró ser falso, de los mil heridos se pasó a dos, y uno fue por ataque cardiaco. Lo que si que hubo fueron policías nacionales heridos, a causa de la dejación de funciones de la policía autonómica comandada por el encausado jefe de los mossos Tarpero.   

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