Estamos frente al televisor, siendo espectadores de un partido en diferido que hemos visto unas
cuantas veces ya. Sabemos el resultado y casi de memoria las jugadas, pero
seguimos ahí, impertérritos, hipnotizados
y como si fuese la primera vez que lo
vemos. Albergamos la estúpida esperanza de que suceda lo que sabemos no va a
suceder. Esta sociedad es así, está adormilada, seducida por miles de pequeños
entretenimientos y placeres, abrumada por pequeños problemas cotidianos que impiden
ver la aberrante magnitud del problema que nos viene encima. Una amenaza comparable
a la caída de un meteorito y con consecuencias igualmente devastadoras.
El modelo de organización económica actual, tiene como
objetivo la obtención del beneficio
inmediato, sin importar las consecuencias. Este modelo, desde luego no es sostenible y mucho menos enfocado al
bien común; el que debiera ser su objetivo por encima de cualquier otro. Es un
sistema que favorece la corrupción, la
desigualdad social, el crimen, el odio y la delincuencia, es decir, los peores
valores del ser humano. Su modo de funcionamiento fomenta el despilfarro de recursos,
sin tener en cuenta que no son infinitos.
Combustibles fósiles, minerales raros y agua potable, entre otros muchos, son
utilizados en la producción de un sinfín
de productos inútiles; consumiendo una gran cantidad de energía y el tiempo vital
de las personas. Estos productos serán desechados al poco
tiempo de su uso, pues se ha limitado su
duración a propósito para que tengan fecha de caducidad, siempre menor de su
vida útil real. Serán sustituidos por
otros, algo mejores, quizás con más prestaciones, pero también perecederos a
corto plazo. Convertidos en desperdicios peligrosos y dañinos para el medio
ambiente, acabarán incrementando la altura de las
montañas de basura tóxica en algún país pobre, donde políticos corruptos envenenarán a su pueblo a cambio de unas migajas del pastel. En el proceso de creación y destrucción, el sistema devora nuestro tiempo vital y el
del planeta entero, poniendo en peligro nuestra existencia. El agotamiento de estos recursos terminaría,
con toda seguridad, con nuestra civilización, llevándonos de nuevo a la edad
media, en el mejor de los casos. Por otro lado, no hace falta mucha intuición para comprender que la obtención de estos preciosos recursos será
cada vez más costosa; lo que provocará
guerras fratricidas por el control de los territorios donde dónde se producen. Esto,
en menor escala, ya está sucediendo en
la actualidad. No es algo que se vea a simple vista, pues los medios de
comunicación controlados por el sistema, no lo pone en evidencia más que en
contadas ocasiones y en reportajes marginales. Se trata de operaciones
encubiertas realizadas por los servicios
secretos de los estados más poderosos,
los grandes consumidores de materias primas. Estos crean conflictos en los territorios que los contienen,
evitando así que prospere su población y se emancipe, que tomen el control de sus propios recursos. Con ello,
además de empobrecerlos, consiguen que
se vean avocados malvender sus materias primas para sobrevivir siempre dentro de la pobreza, a la
vez que se endeudan con la mafia financiera. Y es normal que ocurra todo esto,
pues el sistema precisa de una cantidad,
cada vez mayor de productos de consumo,
pues solo así puede seguir creciendo y mantener esta gran estafa viva y que no
se desplome.
Cuál es el origen de todo esto y cómo hemos llegado hasta
esta situación, es algo que desde hace mucho tiempo me cuestiono. Siempre me ha
resultado un enigma descubrir los mecanismos por los cuales este sistema
perdura en el tiempo. En mí búsqueda de respuestas sobre el origen, leí a los que
creía habían puesto los pilares de la economía moderna. Enseguida me di cuenta que no podría ser el fruto de estos
grandes pensadores. Creo que ellos solo
dieron cuerpo y entidad a algo siniestro que ya existía. Es cierto que fueron influyentes, sobre todo entre los siglos XII
y XIII. Sus obras ayudaron a muchos gobiernos a entender cómo funcionaba parte la economía, dándole
herramientas que sirviese de base para sus decisiones. Eso, efectivamente, tuvo
repercusiones positivas en la mejora de las condiciones de vida de la
gente. Algunos de estos pensadores eran fervientes defensores del liberalismo “libre mercado”, cómo Adam
Smit. Otros, por el contrario, abogaban por el control del estado sobre el
mercado para evitar abusos y desequilibrios. Un ejemplo fue Joseph
Stiglitz, quien criticaba las políticas liberales y llamó fundamentalistas del liberalismo a sus
antecesores. Él apostaba por una
economía muy controlada por el estado, pues no creía en la auto-regulación de
los mercados. Pensaba, no en vano, que
estos acababan en monopolios y generaban tremendas desigualdades de reparto de
la riqueza. Por su parte Karl Marx, padre
del socialismo y creador del concepto de clases sociales. Fue quien con más
énfasis puso en poner de manifiesto esas desigualdades que las políticas liberales
producían en la sociedad de su tiempo. Sus escritos dieron lugar a movimientos
revolucionarios populares y protestas que acabaron en disturbios muy graves. Su
papel fue vital para terminar, en buena
parte, con el trabajo esclavo. Peros como hemos visto después de los muchos
años transcurridos, el comunismo, y los regímenes derivados de sus ideas, sus teorías
se quedaron en papel mojado. Hoy el
trabajo, aunque en menor medida, sigue siéndolo y sus ideas, llevadas al
extremo por muchos políticos, solo han
demostrado ser causa de pérdida de libertad, creación de miseria y de dos únicas clases, los que pertenecían al
partido y los que no.
Las desigualdades sociales, te tanto criticaba Marx, son necesarias para mantener un sistema, que no ha
cambiado demasiado desde que se hizo el primer préstamo con interés. Sí, ahí está el
verdadero origen de la estafa global que rige el mundo. A pesar de todos los
teóricos, pensadores y matemáticos, no ha cambiado desde que se hizo ese primer
préstamo. Fue eso lo que mandó al garete el libre mercado de Adam Smit, los
ideales de Stiglitz o los análisis y buenas intenciones de Marx. El interés
compuesto rea un concepto abstracto e irreal, que somete a la economía real a
una dictadura. Hace que las cosas no tengan un valor real, basado en su
cantidad y utilidad. El interés compuesto crea deuda ficticia y obliga a
realizar trabajo esclavos mediante la deuda. Una deuda que no puede dejar de
crecer ni der pagada, pues todo se iría al garete. Hoy en día, hay muy pocos que presenten
alternativas a esta estafa genocida. De esos pocos, podría destacar al economista Christian Felbe. Él, aplicando la más elemental de las premisas, establece
el bien común como el único objetivo de debería tener cualquier sistema
económico para ser aplicado. Si bien sus teorías están cargadas de razón y
nunca mejor dicho, de sentido común, la difusión de sus ideas es pequeña. Su
trascendencia en los círculos económicos y políticos, así como en los medios de
comunicación, es residual. Christian Felbe diseñó un test, basado en una serie de
características que las empresas deberían cumplir para ser calificadas de
empresas que favorecen el bien común. Ninguna empresa grande, corporación o multinacional pasarían
esos test, cómo es normal, teniendo en cuenta, que son estas las
principales fuerzas interesadas en su mantenimiento.
Se ve a simple vista que el neo-liberalismo no es como Milton o Smit lo definieron (Libre
mercado). En realidad el sistema está férreamente controlado, o mejor dicho, corrompido
por instituciones privadas. Estas entidades operan en su interior sin ningún
control por parte de los estados. Son entidades privadas, como el FMI (fondo
monetario internacional), FED (Reserva Federal), BCE (Banco Central Europeo) y
otras muchas, relacionas con la bolsa de valores, empresas de calificación de
riesgos, especuladores o poderosos
fondos de inversión. Estas entidades, como he dicho privadas y sin control democrático por parte de ningún
estado o parlamento, hacen y deshacen en la economía. Funcionan cómo los
órganos vitales de una bestia, que ha
tomado vida propia y se realimenta de sí misma. Pueden influir en decisiones
políticas, arrebatando el poder del pueblo; especialmente si este pretende
acabar con ellas. No hay nada más alejado del bien común que la avaricia
insaciable de una entidad deshumanizada que mira solo por su propio
interés. Y esto es precisamente esto lo que desean, nada más alejado de un espíritu
humano, nada más alejado de la empatía.
Mí conclusión final, después de reflexionar sobre todo lo
dicho, es que el actual sistema económico es de origen
perverso; con una clara intencionalidad de dominación. Detrás de todas las
teorías y las matemáticas que lo intentan explicar, están sus efectos a plena
luz del día. Si quisiéramos saber quiénes lo mantiene y lo protege, tendríamos
que preguntarnos a quién beneficia en mayor
grado, a dónde va a parar lo recogido por el interés de la deuda creada por el
interés compuesto. Quizás allí encontremos la respuesta y a los que se esconden
en las sombras.
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