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viernes, 14 de septiembre de 2018

La ideología, el mal de nuestro tiempo

En ocasiones, nuestra mente nos juega malas pasadas por pensar demasiado,  creando dogmas, que nacen de la especulación y creencias derivadas de otras. Cuando muchos piensan de la misma manera se realimentan entre ellos y acaban creando  una ideología o corriente de pensamiento común. Los  conceptos de derechas e izquierdas, son ejemplos de lo dicho, corrientes de pensamientos, que aun siendo estériles e inútiles, toman la categoría de dogma empírico. Todas las ideologías políticas, sin excepción, entran dentro de esta categoría, la que podríamos llamar categoría de pensamientos estériles. Se englobarían en ella todos aquellos pensamientos basados en creencias y sentimientos, como el nacionalismo, el capitalismo o el socialismo, etc...    

En realidad, es qué tener un pensamiento de derechas o de izquierdas, no deja de ser una mera creencia adquirida mediante  una serie de circunstancias ambientales, dentro de un entorno social determinado. Ambos conceptos son irrelevantes en lo que se refiere a la realidad de las cosas, pero  acaban teniendo efectos reales, casi siempre malos,  sobre nuestras vidas. Es en sí,  una forma de ver la realidad, que la es sin necesidad de añadir calificativos o ideología. 

Las corrientes de pensamiento inducidas y realimentadas, polarizan, condicionan  y clasifican a las personas de forma artificial, lo que desvía la atención de los problemas reales y dificulta la solución a los mismos. Es decir,  en vez de aplicar el sentido común, la ciencia y la razón, se aplican las soluciones que concuerdan con  la corriente ideológica, lo que es completamente absurdo para resolver los problemas más elementales, ya no digamos los complejos problemas sociales y de gestión de recursos. 

Con frecuencia,  algunos  políticos ejecutan acciones o toman decisiones solo en concordancia con su ideología, alejándose de razones o argumentos puramente científicas o de sentido común. Elijen a sus asesores, también en función de si sus ideas concuerdan , así como los funcionarios y colaboradores. Esta práctica,  es lo que les lleva a realizar una mala gestión y no ser ecuánimes, primando las necesidades de  los ciudadanos que piensan como ellos sobre los que no lo hacen. 

A muy pocos pensadores de la edad de oro de la filosofía se les puede atribuir ideología alguna, pues sus escritos, pilares de la civilización moderna y del pensamiento más elevado, solo estaban fundamentados en la razón de los hechos empíricos. En el momento en que nos alejamos de la  razón e intervine la ideología, derivamos en el relativismo y en la no ciencia, cometiendo estupideces y provocando enfrentamientos con otras ideologías, igualmente inútiles y sectarias.

Solo nos hace falta echar una mirada a la historia y a la situación actual de nuestra civilización, para ver cuento mal han hecho las ideologías en el mundo, cuántos muertos han llenado las fosas comunes por creencias estúpidas infundadas y sin razón. Las similitudes entre ta ideología y la religión  son más que evidentes, así como las consecuencia de la aplicación de sus métodos y criterios.

Una de las características que definen una ideología es su inconsistencia y volubilidad. Las ideologías son plenamente variables bajo la mirada de distintos observadores, mientras los hechos empíricos, donde nace el sentido común, son irrefutables. Aquel que no  quiera ver la verdad, seguramente habrá caído, tan profundo en la ideología, que puede deformar la realidad a su antojo, creyéndose sus propias mentiras. Este mal afecta de forma especial a los políticos que tiene la responsabilidad de velar por todos sus ciudadanos y acaban cayendo en solo querer contentar a su partido, claro exponente de una corriente ideológica..

Otra de las características de la ideología, es que, por su característica plasticidad, puede servir de pretexto para fines perversos. Es decir, un político puede escudarse en ella para ocultar sus ambiciones personales. Así sucede, que sí despojas a un político de su bandera ideológica, se puede encontrar  con todas sus miserias ocultas, ambiciones, y miedos. En definitiva, cualquier político que anteponga sus creencias, que es, al fin y al cabo, lo que es una ideología, al sentido común y a la razón, es un mal político. Podría darse el caso de estar ante un dictador o un fascista disfrazado de demócrata.

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